Belgrado, 26 dic (Prensa Latina) Las veces que gambeteó a la «pelona» en sus escasos 60 años de vida y vino a sucumbir ante ella cuando parecía que todo, todo, había salido de nuevo bien, y todos, todos, nos alegramos tanto de ello.
Se apagó hace un mes la sonrisa amplia y franca, se cerraron los ojos pícaros, centelleantes, dejaron de moverse las más ágiles piernas que haya conocido el mundo del fútbol, se detuvo el corazón de un guerrero por la vida, salido de Villa Fiorito, un barrio marginal de ese conurbano bonaerense que pasma a cualquier visitante.
Se le atribuye a Napoleón la frase de que la grandeza de los hombres no se mide de la cabeza a los pies, sino de la cabeza al cielo. Entonces Diego Armando Maradona está entre los grandes de verdad.
«Desafortunadamente, una vida así requería dos corazones, no solo uno», expresó al conocer su fallecimiento el cineasta y músico de Serbia , Emir Kusturica, quien en un soberbio documental resumió como nadie la figura- y también el mundo interior- del llamado Pibe de Oro, su azaroso pasar por la vida, con luces y terribles sombras.
Se trata de una persona, remarcó, que no fue solo un futbolista, sino un defensor de los pobres, un luchador contra la injusticia y uno de los muy escasos en ese mundo del balón que tuvo fuertes convicciones políticas.
Y remató con una idea que nos contiene a todos quienes lo conocimos y a quienes lo admiramos: «Habrá jugadores más rápidos, habrá mejores goleadores, pero será difícil ver a otro futbolista que amemos tanto como a él».
Cuando ya era un astro, en 1987, llegó Maradona a La Habana, nada más y nada menos que a recibir el premio al Mejor Deportista Latinoamericano obtenido en la encuesta anual de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina- en la que laboro desde 1968- cuando Diego pateaba improvisados balones en un potrero.
Por pura casualidad me encontraba en la recepción en el momento en que él salía del elevador en el quinto piso del edificio que entonces ocupaba la agencia.
Y no pude disimular mi asombro al ver aquella pequeña figurita que vestía una camisa anchísima y unas zapatillas que parecían infantiles, aún más bajo que el menudo jefe de nuestra redacción deportiva, Elmer Rodríguez, quien le acompañaba.
Por los comentarios del grupo de personas de PL que le acompañó a todas sus actividades en la isla fuimos sabiendo de sus improntas, ocurrencias, picardías de gente de barrio (en las que nuestro Elmer era maestro por nacimiento), preguntas y anécdotas.
Toda PL estalló de alegría y orgullo cuando supimos que nuestro líder, Fidel Castro, lo había recibido y que desde ese primer instante se produjo una empatía y una complicidad que rebasó distancias y ausencias y se renovó con más solidez en cada encuentro posterior.
Como reza un verso de José Martí: Y pasó el tiempo y pasó un águila sobre el mar. Los vaivenes de la profesión y fuertes razones sentimentales me llevaron a Buenos Aires en 2004.
Aunque nunca vi a Diego en persona, me llegó hondo la devoción de los argentinos por él, la enorme cantidad de niños, jóvenes y adolescentes que llevaban su nombre, el furor de la fanaticada, sus frases- después célebres- que en un primer momento sonaban medio incongruentes, pero que contenían fuertes dosis de filosofía de la vida.
El segundo sacudón me llegó cuando fue internado en el hospital suizo de Buenos Aires, en la populosa avenida Pueyrredón, y miles de sus admiradores ocuparon los alrededores del lugar en una vigilia de varias semanas para darle fuerzas y rogar por su cura.
Después pasaron muchas etapas en su vida, la rehabilitación en Cuba, la operación de bypass gástrico en Colombia y el regreso recuperado y sonriente a su país, aclamado por todos.
La noche del 10, aquella serie de programas televisivos que condujo, animó e hizo todo lo que quiso, incluso la osadía de presentar en dos partes una extensa entrevista íntima con el líder de la Revolución cubana y aparecer ataviado con la chaqueta y la gorra verde olivos que le había obsequiado y autografiado.
Cuando creía haberlo visto todo, encabezó un tren colmado de manifestantes para participar en la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, paralela y alternativa a la Cumbre de las Américas de noviembre del 2005 y estuvo al frente de una multitudinaria marcha popular por las calles hasta el estadio de esa hermosa ciudad.
Allí, junto al fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se efectuó un acto en el que se proclamó el entierro del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), el engendro que George W. Bush pretendió aprobar y, al ser derrotado, abandonó la reunión, airado y antes de que finalizara.
La vida del D10S continuó, por cierto tan vertiginosamente como antes, poniendo el corazón en todo lo que hizo.
Por eso, en el momento en que dejó de estar en este mundo, a pesar de sus erróneas acciones, por muchas que hayan sido, y ante esas otras en que se engrandeció como deportista y ser humano se debe inclinar la frente y alzar el puño.
En el credo cristiano se expresa que «Jesucristo, su único hijo, está sentado a la diestra de Dios padre».
Maradona, siempre a la zurda, ocupa el sillón de la siniestra.