Por Luis Manuel Arce Isaac
México, 11 sep (Prensa Latina) El sábado 18 de este mes comienza el pulseo entre los países latinoamericanos y caribeños para determinar el destino final de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de su secretario general, Luis Almagro.
Ese día comienza en la Ciudad de México la VI Cumbre de Jefes de Estado o Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que en los casi dos años de presidencia pro témpore que lleva México, ganó en protagonismo para bien de los pueblos de la región.
Ante los grandes esfuerzos de Estados Unidos de quebrar todos los instrumentos de integración económica y social de los 34 países del subcontinente con un apoyo a gobiernos neofascistas como los de Brasil con Jair Bolsonaro, de Colombia con Iván Márquez, o del Chile de Sebastián Piñera, el retoño del progresismo siembra nuevas esperanzas.
En este proceso de recuperación de soberanía, la OEA dejó ver sus malas entrañas con el golpe de Estado contra Evo Morales como quedó demostrado sin que Almagro pueda rebatir las acusaciones.
La OEA sigue siendo aquel mismo «ministerio de colonias yanqui» que denunció el canciller cubano Raúl Roa hace 60 años, y como en aquel entonces, expertos insisten en que sigue siendo para Latinoamérica una necesidad eliminarla.
Ahora México retoma aquella vieja demanda y le propuso a la Celac legislar sobre su futuro y determinar si lo correcto es cambiarla, renovarla o desaparecerla.
Es lamentable que, con tantos temas importantes para el desarrollo y la integración, y en momentos de tanta angustia como la pandemia de Covid-19 y la crisis económica que ha potenciado, haya que dedicarle tiempo a una organización del todo mercenaria.
La OEA debió volar en pedazos en la década de los años 60 del siglo pasado cuando comenzó a violar sus propios principios, puesto de manifiesto en el apoyo a numerosas invasiones militares de Estados Unidos y el robo de Las Malvinas a Argentina por Gran Bretaña.
La dualidad en el tema de gobiernos que han mantenido una actitud contra la organización panamericana dentro de la comunidad, y otra muy contraria cuando se reúnen en Washington convocados por Almagro, debe romperse en esta cumbre y las máscaras comenzar a caer.
Aunque se acepta de manera general el enorme rechazo que generan la OEA y su secretario, es obvio que no va a ser fácil tomar una decisión en la Celac si se consideran actitudes de ciertos gobiernos que les cuesta mucho trabajo contradecir a Estados Unidos.
Incluso se corre el riesgo de que en la cumbre de la Celac se vote por mayoría una resolución contraria a la OEA y que después esta no se concrete en la que se deba realizar en Washington, digamos una desaparición de la organización, pues según sus estatutos se requerirán los votos de 26 de sus 34 países miembros.
De allí que sea tan importante el llamamiento del canciller Ebrard de preparar para 2022 una propuesta consensuada para presentarla a Estados Unidos y Canadá sobre «el futuro distinto» de la OEA.
No se conoce alguna encuesta previa a la cumbre de Celac sobre si debe ser cambiada o eliminada. Pero más allá de esa disyuntiva lo que está claro para todos es que ese instrumento de intervención de Estados Unidos está desfasado y es casi imposible que recupere el prestigio por el simple expediente de que nunca lo tuvo.
De no llegarse a un acuerdo en la cumbre, o de lograrlo pero no concretarlo en Washington, lo más factible, opinan algunos analistas, es que la OEA se decante por sí misma mediante un abandono de sus miembros que la dejen como un saco vacío y fenezca de muerte natural.
Más importante de que sobreviva o no como el cadáver político que es, sería que Celac se fortalezca como interlocutor válido de Estados Unidos y Canadá, le elimine toda beligerancia a la OEA para que deje de ser un instrumento de toma decisiones invocando a país que no representa.