Palabras

Madrid, 27 ago (Prensa Latina) Necesita poco para hechizar a un auditorio sin siquiera acudir a su virtud principal: cantar, y tiene muy claro de qué lado de la historia está. Con Chile, atesora una historia de amor eterna.
Joan Manuel Serrat estuvo hace poco en Madrid para recibir la medalla a propósito del 50 aniversario del sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile, ocurrido el 11 de septiembre de 1973.
Retirado de los escenarios desde diciembre pasado, a los casi 80 años, Serrat sigue despertando pasiones, y su alineamiento con el «progresismo, la izquierda» es un acto de fe inalterable.
Estuvo con el presidente chileno, Gabriel Boric, en una emotiva jornada en la Casa de América, y en el intercambio se apropió de una frase de su amigo, el exgobernante español José Luis Rodríguez Zapatero.
«Yo tampoco tiro la toalla, porque la toalla es mía», sentenció entre risas y ovaciones. Y para no dejar sombra de duda añadió: «en un mundo de tanta incertidumbre, de egoísmo y el desigual reparto de las riquezas, mi lugar está con el progresismo».
«El golpe en Chile lo precipita todo en mi manera de ver la vida», remarcó.
Luego recordó las referencias de Víctor Jara y Violeta Parra, a quienes no conoció personalmente. Pero sí a Pablo Neruda, cuando fue a cantar en el Festival de Viña del Mar y el poeta lo invitó a compartir comida y recuerdos en su casa de Isla Negra.
«Ahí hablamos de Miguel Hernández, al que él tanto quería, y sobre cuya poesía estaba yo trabajando ya… Me enseñó su colección de conchas, una tarde maravillosa», rememoró.
Desde lejos, después, fue sabiendo de las distintas acechanzas sufridas por el Gobierno de Salvador Allende(1970-1973) hasta los atentados fascistas, hasta el golpe de Estado, «que jamás pensé que se pudiera producir», agregó Serrat.

ETERNO JOAN MANUEL
Nos acompañó mucho tiempo y, ahora que acaba de apartarse de los escenarios, el sentimiento generalizado resulta de nostalgia y de una cierta tristeza, aunque en realidad es apenas «un niño».
A golpe de voz, pasión y ternura, dijo adiós a un enorme cofre de 500 canciones, 40 discos y cerca de seis décadas exitosas, en su concierto de despedida en el Palau Sant Jordi de Barcelona, donde 15 mil personas deliraron en ovaciones.
En los inicios del actual milenio, en La Habana, acudió a sus virtuosos intercambios con los espectadores, acariciando el pentagrama en el álbum Tarres/Serrat. Y del propio rejuego de palabras nació el hechizo.
Después, sus canciones, Soy lo prohibido; De un mundo raro; El amor, amor; El último organito (…). Y deslizar, como quien no quiere, el inmenso Mediterráneo; Pueblo blanco; Hoy puede ser un gran día; Para la libertad; Palabras de amor; Poco antes de que den las diez; y la tierna e imprescindible Penélope.
«Como un ladrón, te acechan detrás de la puerta» (…). Aquellas pequeñas cosas. Una invitación a un alto en el camino. Un cofre de detalles desgranados en versos con una poética maravillosa, joya entre las joyas del disco Mediterráneo, de 1971.
Los recuerdos, que «compran boleto de ida y vuelta». El amor, alguna lágrima y el resquicio de la esperanza. Este hombre inmenso no se ha cansado nunca de convidarnos a soñar.