Londres, 24 sep (Prensa Latina) El libro pasaba de mano en mano y era devorado con avidez en los pocos momentos libres que dejaban las largas lecciones de Matemática, Biología o Historia.
A veces, alguna osada lo hojeaba a hurtadillas en medio de las clases, atraída por el deseo de avanzar en la trama y por la premura de quienes le pedían terminar la lectura lo más rápido posible para que las demás también pudieran suspirar por los enredos y misterios de Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy.
Durante aquellos días de beca preuniversitaria desprovistos de cualquier entretenimiento tecnológico de los que ahora abundan, aquel único ejemplar de Orgullo y prejuicio se convirtió en un disfrute colectivo gracias al cual las muchachas del aula, y también algunos chicos, quedamos atrapados por ese mundo fascinante recreado en las novelas de Jane Austen.
Sin darnos cuenta entonces, nos volvimos parte de la multitud de seguidores conquistados por la autora de esas y otras obras como Sentido y sensibilidad, la misma que reflejó la sociedad británica de finales del siglo XVIII e inicios del XIX a través de romances marcados por el ingenio, el humor y la ironía.
Mucho se ha contado sobre la escritora nacida el 16 de diciembre de 1775 en Steventon, pueblo del norte de Hampshire, donde un animado y afectuoso círculo familiar integrado por sus padres y siete hermanos fue el ambiente propicio para que desplegara su pasión por las letras.
Su vida transcurrió de forma tranquila en esa localidad hasta 1801, fecha a partir de la cual tuvo estancias en Bath, Londres, Clifton, Warwickshire y Southampton.
Las experiencias y observaciones acumuladas allí fueron utilizadas en la concepción de tramas y personajes que se mueven en los espacios de la pequeña nobleza terrateniente y el clero rural, con visitas ocasionales a esas ciudades.
No debe buscarse en sus libros un repaso histórico de los principales eventos de la época, pues la mirada está enfocada en el día a día, en problemas y eventos más comunes y rutinarios, con énfasis en las figuras femeninas.
Según refleja la Enciclopedia Británica, aunque el nacimiento de la novela inglesa no ocurrió con Austen, sino en la primera mitad del siglo XVIII, con Daniel Defoe, Samuel Richardson y Henry Fielding, es gracias a ella que este género adquiere su carácter distintivamente moderno en el tratamiento realista de personas corrientes.
Al fallecer, con solo 41 años, el 18 de julio de 1817, su fama era bastante modesta, ya que, al igual que otras escritoras, solía publicar sus textos de forma anónima y solo un estrecho círculo la reconocía detrás de títulos como Mansfield Parky Emma.
Su popularidad comenzó a crecer tras su muerte y desde entonces numerosas investigaciones académicas han abordado el estilo, las virtudes y deficiencias de una novelista que más de dos siglos después goza de una fama indiscutible y sigue sumando fanáticos.
Para no pocos detractores, ella fue una autora menor que no supo ir más allá de su propio círculo y de sus limitadas vivencias; para sus defensores, existe una belleza y una delicadeza singular en su trabajo.
Uno de sus contemporáneos, el también reverenciado escritor Walter Scott, dijo sobre ella que tenía talento «para describir las implicaciones, los sentimientos y los personajes de la vida ordinaria, lo cual para mí es lo más maravilloso que he conocido».
Dejando a un lado los criterios especializados sobre estilo y técnica o los debates sobre valores literarios y feminismos, lo más impresionante de Austen está en su forma de mantenerse en la preferencia de los lectores.
Así lo evidencian las acaloradas discusiones sobre su obra en foros de internet, las continuas versiones cinematográficas de sus novelas, los espacios temáticos que recrean detalladamente el ambiente de su época, con tantas personas empeñadas en vivir, aunque sea por un rato, en el universo Austen.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)