Leer a El Gabo después de muerto

La Habana, 6 mar (Prensa Latina) Nunca leí a Gabriel García Márquez después de su muerte, así que el lanzamiento mundial hoy de «En agosto nos vemos», el día que cumpliría 97 años, me encuentra con sentimientos y recuerdos encontrados.
Desde hace casi 10 años, no he vuelto a tocar uno de sus libros, aunque sí vi películas basadas en sus novelas, «El amor en los tiempos del cólera» (2007), de Mike Newel, «Memoria de mis putas tristes» (2011), de Henning Carlsen; y «El coronel no tiene quien le escriba» (1999), de Arturo Ripstein.
Cuesta trabajo aceptar que no estará entre nosotros, y aunque nunca pude darle mi opinión sobre su obra, quiero pensar que sí tuve el privilegio de que me leyera, además de haber disfrutado de la oportunidad de poder verlo y escucharlo, antes de que nos dejara aquel 17 de abril de 2014, en Ciudad de México.
Desde entonces lo imagino rodeado de su mundo de personajes reales y mágicos que tan bien esculpió, uno de sus mejores regalos a la literatura universal.
La última vez que lo vi fue en un aniversario de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de La Habana, uno de sus proyectos favoritos, fundado junto al entonces presidente Fidel Castro y al documentalista argentino Fernando Birri, el 15 de diciembre de 1986.
Antes, de manera personal, nos conocimos en la Galería Habana, en una exposición del reconocido artista visual Alexis Leiva Machado (Kcho), quien le presentó a su «amigo periodista», a lo que El Gabo respondió amable, con un saludo, pero con cierto recelo porque ya no le gustaba dar entrevistas.
Desconocía él que bajo el título «Viví para contarla», a principios de los años 2000, publiqué un diálogo nuestro, imaginario, con gran despliegue de página, en la revista artística-literaria cubana El Caimán Barbudo.
Conociendo lo difícil que era abordarlo, me dediqué a humanizar un posible encuentro en La Habana y a encontrarle interrogantes a fragmentos extraídos de 15 horas de seminario que impartió en 1996 a estudiantes y profesores en la cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara.
Así que su atención se desbordó cuando traté de apaciguarlo: «No se preocupe, ya a Usted yo lo entrevisté», le dije con el mejor tono de broma posible para disfrazar el nerviosismo, luego de darle la mano a uno de mis ídolos literarios.
Tenía delante al Premio Nobel de Literatura 1982 preguntándome cómo la escribí, de qué manera armé la entrevista para que fuera creíble, porque tanto él, como yo, sabíamos que nunca intercambiamos preguntas y respuestas.
Fue un diálogo corto y apasionado en el que el autor de mis mejores «Cien años de soledad» disparaba preguntas y yo le respondía atolondrado, sin entender aún lo que estaba pasando.
Enseguida llamó a Alquimia Peña, directora general de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, siempre a su lado, a quien pidió pasarme su dirección de correo electrónico para que le enviara la entrevista de marras, lo cual hice, recuerdo, en el menor tiempo posible.
Días después recibí respuesta: a El Gabo le había gustado mucho el texto, y me invitaba a un taller que impartía en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Medellín.
El viaje nunca ocurrió, pero me enorgullecen aquellos minutos mágicos de nuestra conversación, y lo mejor: «Me leyó García Márquez»; a diferencia de mi entrevista imaginaria, eso sí fue real, atesoro la foto del encuentro, y la revisito a cada rato.
Sin duda, leeré «En agosto nos vemos», su obra póstuma, pero no será lo mismo. A El Gabo se le extraña, y se le necesita mucho.