La Habana, 12 feb (Prensa Latina) Compay, usted no se va a morir nunca, le dije a Eduardo Sosa la última vez que nos vimos en el aeropuerto José Martí a principios de enero, él otra vez viajaba con su guitarra y su voz a cantarle a Venezuela.
Por: Mario Muñoz Lozano
Ese recuerdo es lo primero que me viene a la mente hoy, cuando me saca de la cama la triste noticia de su muerte, en Guantánamo, después de poco más de una semana luchando junto a un equipo de buenos médicos contra un accidente cerebrovascular hemorrágico que le robó la vida.
En el breve encuentro le conté que estaba al tanto de su participación en el fonograma homenaje al trovador Ángel Quintero, recién terminado por el Estudio Ojalá, un proyecto del cantautor Silvio Rodríguez, con un grupo de prestigiosos músicos cubanos.
Y tenía razón entonces, no se va a morir nunca. Hace unas semanas, la periodista Estrella Díaz, viuda de Angelito, nos reunió en familia para escuchar la grabación del disco de marras, y ahí estaba Sosa, con su timbre inconfundible, con esa fuerza telúrica que le salía de adentro.
Lo escuché cantar en vivo, por última vez, en el encuentro Cantoras «Ella y Yo», en el Centro Cultural Fresa y Chocolate, un día de septiembre del pasado año que gozó en el escenario; se veía a gusto, con el virtuoso Rachid López en la guitarra, encantando a los presentes con un repertorio lleno de amor, trova y boleros.
Algunos recuerdos llegan cual fotogramas: la Plaza de la Revolución Calixto García, abarrotada de público, mientras Sosa guitarrea sus canciones, en la Taberna de Pancho enamorando a la noche, en una de esas tantas Romerías de Mayo, que lo vieron llegar junto a Ernesto Rodríguez, la otra voz de Postrova, hace ya 30 años.
En sus cinco años de vida, el dúo marcó el panorama trovadoresco de finales de los años 90, siendo incluidos en el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana.
Postrova se desintegró a finales del año 2002 y Sosa volvió a su carrera como trovador en solitario, lo que lo llevó con su música y su extraordinaria voz a escenarios de todo el país.
Su repertorio, del cual era autor de muchos temas, incluyó boleros, son tradicional, balada blues; su extraordinario registro vocal le permitió moverse por diferentes géneros musicales.
No hubo eventos musicales en Cuba al que no fuera invitado, su voz se convirtió en sello de la Revolución cubana, con ella y su guitarra acompañó los más importantes eventos en el país, con ella cantó temas emblemáticos del trovador Raúl Torres dedicados a Fidel Castro y Hugo Chávez.
Su canción «A mí me gusta, compay», una de las más solicitadas en cada concierto, es reflejo de su personalidad, apegada a sus raíces de la serranía santiaguera, a lo más autóctono de la música cubana.
Aunque sus últimos años de vida transcurrieron en La Habana, se mantuvo como un gran defensor de los ritmos tradicionales, al punto de ser uno de los principales promotores del Festival de la Trova Pepe Sánchez, de su provincia natal.
La cultura cubana está de luto. Desde el fatídico 3 de febrero, cuando ingresó en el Hospital General Docente Dr. Antonio Agostinho Neto, de Guantánamo, desde todas partes amigos y seguidores estuvieron pendientes de su evolución, y en redes sociales y medios de comunicación cubanos abundaron los comentarios de aliento y solidaridad hacia el querido artista.
«Solo tenía 52 añitos y como quería a Cuba», me dice esta mañana una vecina tras conocer la noticia; «con lo lindo que hablaba y cantaba», me afirma otra, y es que Eduardo Sosa, el guajiro, el trovador, no solo encantó a los cubanos con su voz y la canción, también con su alma, sencillez y carisma. Por eso el «compay» no morirá nunca.