Corrupción, la gran llave del fracaso
PRESIDENTE ENRIQUE PEÑA NIETO:
+Todo hombre tiene su precio,
lo que falta es saber cuál es
Joseph Fouché
Hace dos semanas, la comunicadora y politóloga María Guadalupe Ruiz sorprendió al auditorio del programa Fórmula Confidencial, en la frecuencia 1470 de Radio Fórmula, al contarles que en oficinas públicas de Dodoma y Nairobi, capitales de Tanzania y Kenia respectivamente, y en Ciudad del Cabo, la segunda más importante de Sudáfrica, hay letreros que previenen:
“Esta es una zona libre de corrupción”.
¿Cómo tres ciudades, cercanas las dos primeras y muy lejana la última, pueden presumir gobiernos incorruptos en un continente, el africano, famoso por sus altísimos niveles en la materia? “Esto habla mucho acerca de cómo es percibida la corrupción epidémica en una sociedad; incluso hace pensar que la corrupción es la regla, no la excepción”, afirma un artículo titulado Por qué fallan las reformas anticorrupción, citado por la analista, que sus autores, Anna Persson, Bo Rothstein y Jan Teorell publicaron en la revista internacional Gobernanza.
Si el jefe de alguna oficina pública mexicana se atreviera a colgar un letrero con la frase arriba citada, le caería encima la más sonora y burlona rechifla nacional aun si fuera cierto que hubiese logrado una hazaña tan increíble en este desconfiado país, aunque consciente de que puede seguir dejando crecer su corrupción, a riesgo ya de ahogarse en ella…
Por problemas de espacio solo le puedo transcribir cinco párrafos que podrían sintetizar la conclusión de sus autores sobre alguna solución…, si existe. Dicen:
“… Enfocar la corrupción como un problema sistémico y una conducta colectiva, tiene importantes implicaciones en las políticas públicas. Robert Klitgaard afirma:
“‘Cuando un sistema está ampliamente corrompido, habrá muy poca voluntad política para reformarlo. Buscar mejores funcionarios, dirigentes y empresarios, mejorar los incentivos hacia conductas honestas, más información, más competencia, menos discrecionalidad gubernamental, imponer costos más altos en lo social y lo político a la corrupción, suena muy bien. ¿Pero quién escuchará? ¿Quién actuará? Los remedios anticorrupción no funcionan. ¿Ahora qué hacemos?
“… Apostar a la reglamentación solamente, no funciona. El peor de los mundos es aquel en que las autoridades imponen reglas que son poco monitoreadas y menos sancionadas; esta circunstancia desincentiva la formación de normas sociales y hace más atractivo para ciertas personas caer en la ilegalidad ante el riesgo tan bajo de ser descubiertas.
“… Para reducir las conductas infractoras en una sociedad sistémicamente corrupta, todo el sistema debe pasar de un equilibrio nocivo caracterizado por el ‘particularismo, un acceso limitado al orden o un sistema legal limitado’, a un ‘universalismo, un sistema legal imparcial y un acceso abierto al orden’. La experiencia indica que el ‘empuje’ debe provenir simultáneamente de las principales instituciones políticas, económicas y sociales. Que se vea que éstas son las nuevas reglas del juego (Lindt). Además debe haber, por un lado, una combinación de mecanismos de control formales e informales, tanto para el monitoreo como para la sanción. Por el otro, reciprocidad y confianza.
“Es la única manera de ir más allá de la vigilancia e incluir expectativas comunes a los ciudadanos de que la mayoría es confiable y puede ser honesta. Desde luego, los altos funcionarios son los que deben servir de modelos de conducta”.
Bueno, ¿pero hay en México seres humanos capaces de ser esos altos funcionarios modelo en conducta…? ¿Qué hacer cuando todos los partidos políticos, una vez alcanzado el poder aun en las más pobres instancias municipales hacen mutis tan pronto descubren la corrupción de sus miembros?
Somos uno más de los tantos países sistémicamente corruptos que ensucian el planeta y hemos cometido todos los aciertos necesarios para seguirlo siendo, desde la cúpula hasta la base y viceversa, porque el nuestro es un sistema con “un acceso limitado al orden” y con “un sistema legal limitado”; lo vemos en cada confrontación social como la actual, debiendo ser “un sistema legal imparcial” con “un acceso abierto al orden”, que son las bases fundamentales de la democracia real, no corrupta, que tan lejos estamos, también, de formar.
Su problema, presidente Peña, consiste en que si la corrupción se queda como está, sus reformas poca esperanza tendrán de perdurar y de cumplir su cometido porque, como ha ocurrido con tantos esfuerzos anteriores, reales o simulados, ese ogro insaciable se las tragará con singular apetito, dejando tan solo un funesto epitafio en la
tumba de su gobierno…
Urge, pues, la toma de medidas en su contra.