Si el sonido es el resultado del impacto entre dos cuerpos que producen frecuencias, entonces hay muchas cosas que son sonido y no necesariamente escuchamos, pero no por ello dejan de existir. Al cúmulo de frecuencias de ese tipo se le conoce como Ruido Blanco, y él nos rodea.
El artista, músico, investigador e inventor mexicano Ariel Guzik desarrolló un instrumento musical que se activa con esas frecuencias para producir una experiencia sonora de presente permanente, la obra se llama Cordiox y fue parte del Pabellón Mexicano en la pasada Bienal de Arte de Venecia, ahora Cordiox está en el Laboratorio de Arte Alameda.
«El hecho de que no sea un autor, sujeto, humano, el que está componiendo, no quiere decir que no haya esas fuerzas naturales que le comunican su energía a la máquina, algún tipo de expresión», así lo dijo Itala Schmeltz, curadora del Pabellón de México en la Bienal de Venezia.
El instrumento bien podría ser una máquina desarrollada en el siglo XIX por Nikolai Tesla, pues con su cerebro de bulbos asimila la información, la selecciona y reinterpreta el Ruido Blanco a través de sensores, que estimulan las cuerdas de metal, del doble de largo de las que usa un piano, que se logran escuchar gracias a un cilindro único fabricado en cuarzo que es la caja de resonancia.
Cordiox transmite estados energéticos de la naturaleza, por decirlo de alguna manera, interpreta el caos que nos rodea. «Hay muchos aspectos del trabajo de Ariel que tienen que ver con conocimientos de la ciencia, pero yo creo que el terreno en donde se inscribe es en el arte, es que esos conocimientos no los usa con fines objetivos o funcionalistas, no hace máquinas en serie o que sirvan para algo. Esos conocimientos científicos los usa para desarrollar esta ficción, esta experiencia y por ello se inscribe en el terreno del arte que es el espacio que lo ha acogido», dijo Schmetlz.
El universo se rige por la armonía en proporciones musicales, los planetas están separados por intervalos y cada uno tiene un sonido, como nosotros nacimos en la Tierra no oímos el sonido de nuestro planeta porque estamos acostumbrados a él, ésta puede ser la síntesis de la Teoría del sonido de las esferas de Pitágoras; algo que viene a la memoria cuando escuchamos estos armonías que se expanden, modifican su volumen recorriendo cada microtono entre los intervalos.
«Que en parte es metafórica pero también es estrictamente cierta, porque si algo hace el trabajo de Guzik es poder transmitir y comunicar ese sonido que no escuchamos pero que está ahí. Esa energía que está ahí y no vemos pero que, de alguna forma, intuimos, que vitalmente tiene que tener sus residuos.
La pieza está sola en una habitación, con poca luz, es recomendable ir con la tranquilidad para sentarse y escuchar el entorno, y con suerte identificar el sonido del silencio, o las vibraciones de cuerpo propio.