Francia: Nuevo gobierno, con los viejos problemas

París (PL) El presidente de Francia, François Hollande, estrenó su tercer gabinete desde la toma del poder en mayo de 2012, si bien los principales problemas económicos y políticos del país permanecen sin cambios, o se agravaron en este período.
Aunque algunos consideran como detonante de la última crisis del ejecutivo las críticas contra las políticas oficiales expresadas por los titulares de Economía, Arnaud Montebourg, y Educación, Benoit Hamon, en realidad los problemas se venían acumulando casi desde el comienzo de la administración de Hollande.
En 2012 el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) nacional fue de cero puntos, un año después consiguió un magro 0,3, y en el primer semestre de 2014 retornó el estancamiento, a pesar de los anuncios del presidente de que la reactivación estaba a la vuelta de la esquina.
Ante esta situación el jefe de la cartera de Finanzas, Michel Sapin, reconoció que el alza del PIB será a finales de diciembre de sólo 0,5 y no del uno por ciento proyectado con anterioridad.
Mientras, el déficit público rebasará las cuatro unidades, en lugar del 3,8 pronosticado, lo que puso en evidencia la incapacidad de Francia de cumplir su compromiso de rebajar este indicador a menos del tres por ciento en 2015, como lo exige la Comisión Europea.
Las dificultades de la economía se manifiestan, entre otros problemas, en un creciente desempleo abierto, que afecta a más de tres millones 420 mil personas.
Si se suma a quienes tienen un trabajo a tiempo parcial, la cifra rebasa los cinco millones, un récord histórico.
Es verdad que ninguno de estos fenómenos negativos se originó durante la gestión de Hollande.
Después de la grave caída por la crisis global entre 2008 y 2009, el PIB galo se recuperó en 2010, pero comenzó a vacilar de nuevo un año después, cuando el entonces primer ministro François Fillon aplicó dos programas de ajuste, en septiembre y noviembre, para reducir el gasto público.
Respecto al desempleo, éste había comenzado su tendencia al alza un año y tres meses antes del cambio de gobierno.
El caso es que la población francesa votó precisamente por Hollande porque éste prometió un programa destinado a reactivar la economía, devolver la capacidad adquisitiva a las familias y revertir la curva ascendente del paro.
Durante su presentación como candidato del Partido Socialista el 21 de enero de 2012 despertó una oleada de simpatías cuando afirmó: «mi verdadero adversario no tiene nombre, rostro ni partido, no presentará jamás su candidatura y no será elegido y, sin embargo, gobierna. Este adversario es el mundo de las finanzas».
Poco después volvió a inflamar las esperanzas cuando prometió renegociar con la canciller federal alemana, Ángela Merkel, el pacto de austeridad firmado por Sarkozy.
Una vez en el Elíseo, las promesas de Hollande se volatilizaron porque mantuvo en esencia el mismo programa de austeridad de Fillon, ratificó el tratado europeo y en 2013 puso en práctica el presupuesto más restrictivo desde el final de la II Guerra Mundial.
Ninguno de los planes diseñados para combatir el desempleo dio los resultados esperados, en especial porque la economía se mantiene en estado de hibernación.
A contrapelo de los consejos de numerosos especialistas, entre ellos el Observatorio Francés de Coyunturas Económicas, en lugar de estimular el consumo, el gobierno ha optado por disminuir los costos de mano de obra de las empresas, con la ilusión de que eso permitirá abrir más fuentes de trabajo.
Ese es el sentido y el espíritu del denominado Pacto de Responsabilidad, el cual consiste en otorgar privilegios fiscales al sector privado por 30 mil millones de euros, a cambio de crear empleos e invertir más en el país.
Para financiar esa suma, se reducirá el gasto público en 50 mil millones de euros de aquí al 2017.
Si hubo una falta por parte de Montebourg y Benoit Hamon, ésta fue denunciar las consecuencias de estas políticas, como numerosas voces lo hicieron en el país en los últimos meses.
De acuerdo con Montebourg, la reducción a marcha forzada del déficit, como lo exige la Unión Europea, «es una aberración económica porque agrava el desempleo; un absurdo financiero, pues impide equilibrar las cuentas públicas, y una política siniestra que lanza a los europeos a los brazos de los partidos extremistas».
La respuesta de Hollande y el primer ministro Manuel Valls fue la disolución del gabinete, separar a Montebourg, Hamon y también a la titular de Cultura, Aurélie Filippetti, por haberlos apoyado, y crear un nuevo ejecutivo.
Uno de los nombramientos más polémicos fue el del exbanquero Emmanuel Macron, un ferviente defensor de la austeridad y el Pacto de Responsabilidad, quien quedó a la cabeza de la cartera estratégica de Economía e Industria.
De acuerdo con Pierre Laurent, secretario nacional del Partido Comunista Francés, esto es una muestra de cómo el gobierno se sitúa cada vez más a la derecha y se aleja de los intereses de la población.
En el sector sindical, Thierry Lepaon, máximo dirigente de la Confederación General del Trabajo, dijo que el nuevo equipo de Valls conducirá a Francia a un callejón sin salida, a la vez económico, político y social.
Según Renaud Dély, analista y director de redacción del diario Le Nouvel Observateur, con esta reestructuración, tanto Valls como Hollande agotaron su margen de maniobra y se ataron a un programa económico, la austeridad, que no está dando resultados.
En todo caso el reto es colosal para el jefe de Estado porque, si bien tiene nuevo gobierno, todos los viejos problemas siguen pendientes de solución y algunos, como el desempleo, crecieron de manera considerable.

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