«Iguala es el infierno»

Nicolás Mendoza Villa narró cuando José Luis Abarca mató de un disparo en la cabeza a Arturo Hernández Cardona

(ng) “Jamás regresaría a Iguala, es el infierno”, aseguró Nicolás Mendoza Villa quien presenciara en 2013, el momento en que José Luis Abarca Velázquez matara de un disparo en la cabeza a Arturo Hernández Cardona, líder del movimiento campesino Unidad Popular.

Aquella madrugada del 1 de junio de 2013, Mendoza Villa fue secuestrado, maniatado y torturado, “sólo pedí que arrojaran mi cuerpo cerca de una carretera para que mi familia pudiera hallarlo», sin embargo, cuando era trasladado a un lugar para ser ejecutado, pudo escapar convirtiéndose en fugitivo de Iguala, relató en una entrevista el diario El País.

Mendoza Villa aseveró que su cabeza tiene precio y que ha sido buscado por el narcotráfico para ser asesinado, pues es el único testigo que se atrevió a declarar en contra del ex alcalde de Iguala, señalando sus nexos con el crimen organizado, previo a la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa.

El diario señala que el sobreviviente trabajó como chofer durante años para Hernández Cardona. El jueves 30 de mayo de 2013, Mendoza Villa junto al líder campesino y seis miembros más de Unidad Popular fueron interceptados por un Jeep, del cual descendieron seis sujetos armados obligándolos a bajar de la camioneta en la que viajaban. Uno de ellos disparó en la pierna de Hernández Cardona, además de que los maniataron para conducirlos a un paraje de Iguala.

Al llegar al lugar, se dieron cuenta que no estaban solos y que habían otras personas secuestradas, “quería saber por qué hacíamos pintadas, por qué atacábamos al alcalde, por qué habíamos bloqueado las casetas de la carretera…». Al término del interrogatorio eran golpeados con un tubo de hierro en las rodillas, otras veces eran azotados con un látigo de alambre.

Mendoza Villa recordó que al día siguiente del secuestro, Abarca junto con un jefe de policía, arribaron al lugar donde ya habían asesinado a tres de los plagiados que yacían en el lugar “a uno le cortaron la cabeza con un machete.

Publicó el diario:

«Horas después de la captura del alcalde y apoyado por organizaciones humanitarias, habla por primera vez con un periodista. Lo hace a duras penas. No confía en nadie. «En esta vida solo me queda huir», dice. Está sentado en un rincón de un bar cualquiera. Apenas sabe leer o escribir. Su historia, espaciada por tensos silencios, es la que sigue.

Natural de Chilpancingo (Guerrero) trabajó durante años como agricultor antes de ponerse al servicio del ingeniero Hernández Cardona como chófer. La tarde del jueves 30 de mayo de 2013 conducía una camioneta por la carretera de Iguala. Junto a él y Hernández Cardona viajaban seis miembros de Unidad Popular. Venían de uno de sus actos de protesta contra el alcalde Abarca, cuando un Jeep les cortó el paso. Seis hombres armados bajaron y les apuntaron. Les hicieron descender. Nada más pisar el asfalto, el ingeniero, un político con fama de indomable, recibió un balazo en la pierna derecha. No querían resistencia. Luego vinieron siete tiros al aire y la orden de volver al coche. Empezaba el secuestro.

Los sicarios les condujeron, maniatados, hasta un paraje en las afueras de Iguala. No estaban solos. En el lugar había otros secuestrados. Las torturas dieron comienzo esa misma noche. Primero, un interrogador les inquiría uno a uno. «Quería saber por qué hacíamos pintadas, por qué atacábamos al alcalde, por qué habíamos bloqueado las casetas de la carretera…». Acabadas las preguntas, un sicario les golpeaba con un tubo de hierro en las rodillas. A veces, les azotaba con un látigo de alambre. Los surcos negros que Mendoza Villa luce en los brazos, lo atestiguan.

El calvario se prolongó el viernes. Ese día dejaron de tener dudas sobre su destino. Tres de los secuestrados que encontraron al llegar fueron asesinados. «A uno le cortaron la cabeza con un machete», explica. Esa noche hizo su primera aparición el alcalde Abarca. Vestía unos pantalones ajustados negros, un jersey igualmente oscuro y ceñido, y una gorra. Le acompañaba su jefe de policía.

Nos miraban mientras nos golpeaban, sin decir nada, solo bebiendo cerveza». Abarca volvería de madrugada, a otra sesión de tortura. Fue entonces cuando se acercó al líder de Unidad Popular. Le ofreció un botellín de cerveza. El ingeniero lo rechazó. A unos 10 metros había unas fosas que los sicarios habían excavado esa tarde. Todos sabían lo que significaban.

El entonces alcalde de Iguala vestía unos pantalones ajustados negros, un jersey oscuro y ceñido, y una gorra. Ofreció un poco de cerveza a Hernández Cardona quien lo rechazó. A unos metros se encontraban unas fosas que los sicarios habían excavado.

Abarca ordenó que llevaran al ingeniero a la fosa. Allí le empezó a decir: ‘¿Por qué me pintas el Ayuntamiento, eh? Ya que tanto me estás chingando, me voy a dar el gusto de matarte». Hernández Cardona intentó permanecer de pie, callado. «Vi cómo Abarca le apuntaba a la cabeza, en la mejilla izquierda, y le disparaba. Una vez caído en la fosa, le volvió a disparar». Tras el crimen, una fuerte lluvia se derramó sobre aquel paraje. El pánico se apoderó del resto de secuestrados. Uno de ellos, Rafael Banderas, intentó huir. Fue alcanzado y liquidado. El resto se apretujó bajo la lona que les protegía del aguacero que caía. Aún no era su hora”, recoge el diario.

Mendoza Villa agregó que una vez ejecutados Hernández y Banderas, los subieron al Jeep junto con los cuerpos y se dirigieron a un basurero de Mezcala donde los obligaron a bajar. En ese momento, Ángel Román Ramírez, otro de los secuestrados intentó huir sin tener éxito. Aprovechando el descuido de los sicarios, los sobrevivientes huyeron por el monte donde se ocultaron por ocho horas hasta encontrar un vehículo que los llevó a Iguala.

Me metí entre los árboles, escuché seis disparos, pero no paré, creía que me alcanzaban, pero no me persiguieron. Pasamos ocho horas ocultos, hasta que paramos un coche que nos llevó a Iguala».

Allí se dispersaron. Los otros no han vuelto a aparecer. Solo Mendoza Villa se ha atrevido. Con ayuda de la viuda de Hernández Cardona, prestó declaración jurada de lo ocurrido. El asesinato del ingeniero y sus compañeros levantó una polvareda. Los normalistas atacaron el Ayuntamiento de Iguala. La Procuraduría inició algunas pesquisas. Al final, nadie hizo nada.

A su llegada al municipio guerrerense todos se dispersaron. Hoy en día sólo se sabe de Mendoza Villa, de 44 años de edad, casado y con cuatro hijos, por quienes pide protección para él y su familia.

“Teme a Abarca y lo que significa, incluso preso”. La madrugada del martes, José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda fueron detenidos en la delegación Iztapalapa, señalados como los principales sospechosos de la desaparición de normalistas, entre otros delitos. Junto a ellos se detuvo a Noemí Berumen Rodríguez, acusada del encubrimiento de la pareja.

Finaliza el texto:

Abarca siguió gobernando hasta que el 26 de septiembre la barbarie atrapó a los estudiantes de Magisterio de Ayotzinapa. Ahora, el procurador general ha reactivado su caso y avalado su testimonio. «Pero en cualquier momento me pueden matar. Sólo pido protección para mí y mi familia».

Mendoza Villa tiene 44 años, esposa y cuatro hijos. Durante su narración, varias veces, ha dudado en seguir. Teme a Abarca y lo que significa, incluso preso.

—¿Y a Iguala piensa volver algún día?

—Jamás. Eso es el infierno.

Abarca permanece en el Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) número 1 Altiplano, en Almoloya de Juárez, en el Estado de México.

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