- Cuestión Migratoria
- El Odioso Recaudador
- Cómo Sacar la Moneda
Hace algunos años, en la Televisora de Yucatán, comenté que ya quisieran los indocumentados mexicanos ser tratados tan bien, a su arribo a los Estados Unidos, como los incontables “balseros” que se atrevían a cruzar las noventa millas –ciento cuarenta y cinco kilómetros-, entre la isla caribeña y Florida. Los cubanos llegaban extenuados pero eran acogidos con singular y rimbombante propaganda tirada a la cara del “tirano” quien les provocaba y maltrataba al grado de dejar a la “borinquen preciosa” huyendo de todo cuanto se refería a la política y el abandono. En cambio, a los mexicanos, quienes deben cruzar todo un desierto para “estar a salvo” supuestamente, se les persigue como bestias, se autoriza a los civiles a cazarlos -en el caso de Arizona y la xenofobia de sus autoridades-, y se les niega todo derecho social remitiéndolos a trabajos clandestinos mal remunerados en comparación a los salarios de blancos y negros norteamericanos con el mismo perfil laboral.
No fue muy buena la reacción. Al día siguiente sobre el cofre de mi automóvil apareció un zorro muerto ensangrentado. ¿Era una advertencia? Acaso a los norteamericanos no les agradaba la comparación ni a los hijos de la cercana Cuba que anclan por la península del sur de México al encontrar tantas similitudes o esperar lo necesario con miras a obtener los papeles legales, o la nacionalidad mexicana, para introducirse sin el menor obstáculo ni necesidad de cruzar parte del Golfo con el severo riesgo de un naufragio como tantos que se han dado.
Desde luego, las historias de algunos cubanos atrevidos se han convertido en leyenda. No nos hemos olvidado del “balserito” Elián (González), hace ya tres lustros, quien se convirtió en un símbolo de la “revolución” cuando su padre optó por exigir su vuelta con el apoyo gubernamental hasta conseguir que la policía estadounidense entrara a la colonia cubana en Miami y lo sacara, a la fuerza, de un clóset para evitar mayores escándalos diplomáticos porque, al morir la madre en la travesía, su progenitor insistió en que lo tenían secuestrado los familiares de ella; y como el hombre tenía la patria potestad no había manera de impedir la repatriación. Todos se conmocionaron con las imágenes del niño siendo apuntado por una metralleta dentro de la casa de sus abuelos y sacada de ella furtivamente para no incendiar de rabia a los vecinos. Conmovedor relato muy distinto a cuantos se callan sobre los dramas de los mexicanos.
Para los nuestros, a través de coyotes feroces que piden cinco mil dólares por llevarse a los campesinos y sus familias como si fueran animales para después dejarlos a la orilla de las carreteras o en un puntos supuestamente estratégicos, siempre y cuando la Border Patrol no los detecte lo que ocasiona la búsqueda de vías alternas, entre matorrales, para librarse del acoso policial. El drama sólo comienza en este punto. Después vienen las jornadas extenuantes, al estilo de cuanto sufrían los “negros” del sur hasta antes de la Guerra de Secesión, ganada por el norte con la consiguiente condena de Lincoln a la esclavitud, y la existencia miserable con tal de ahorrar algunos dólares que son enviados, como remesas, a sus familias en México.
De hecho, desde pequeños, a los hijos de los marginados de estados como Guanajuato, Michoacán o Zacatecas –líderes en exportadores de brazos y a la par centros importantes de narcos y secuestradores-, se les señala su destino como parte de la estrategia para redimirlos en conjunto. Por ello, los envíos se convirtieron en la principal fuente de ingresos para el país, sólo detrás de los del petróleo y posiblemente en el ciclo actual también por encima de éstos considerando los precios a la baja de nuestro crudo, beneficiando con ello a los agiotistas de pompa y rasga, léase Ricardo Salinas Pliego, que convirtieron un almacén de electrodomésticos en modernas tiendas de raya para “cambiar” las transferencias bancarias; y de esta infamia surgió Banco Azteca para cerrar el círculo amafiado de la empresa que igualmente maneja la televisora al pie del Ajusco con las bendiciones de dos familias extrapolares: los salinas y los fox.
(Corrijo: hace tiempo me referí a las toallas que compraron los fox al instalarse en Los Pinos; y, por error, asumí que habían costado cuatrocientos pesos; no es así, la cifra es de cuatrocientos pero dólares por lo cual el escándalo llegó con altas resonancias. Agradezco a los amables lectores que se dieron cuenta del desliz involuntario y les ruego disculparme. A veces el cerebro no se conecta con el teclado).
Todo esto cobra relevancia al calor de las discusiones sobre las leyes migratorias… más destinadas a Cuba y la publicitada próxima reanudación de relaciones con el gobierno estadounidense que a los mexicanos quienes tanto han demandado mejores condiciones de trabajo y, sobre todo, seguros de salud considerando cuanto aportan a la economía del sur de la Unión Americana, bajando los precios de los productos y desplazando a los de otros países, como México en donde conquistan nuestro mercado gracias a la mano de obra barata de nuestros nacionales: estamos entregados hasta el cuello.
Imagínense lo que vendrá cuando dentro de unos meses comencemos, o más bien nuestro desfalcado gobierno, a importar petróleo de los Estados Unidos, ya refinado. La pérdida será brutal: venderemos el crudo barato y adquiriremos los energéticos procesados muy caros. Luego nos inventaran que con ello podrán bajar –en un dos por ciento seguramente- los precios de las gasolinas como ya se anunció que se reducirán los de la energía eléctrica en plena campaña demagógica para recuperar la perdida popularidad, si es que la hubo, del señor peña nieto y sus corifeos, miembros de la cofradía del Santo Señor de la Mansión, protector de latifundistas urbanos y neopolíticos voraces. Y no sin demérito de la célebre de “la mano caída” cada vez más poderosa desde el sur hasta el centro de esta nación tan castigada.
Parece increíble que la fuerte semántica de Fidel Castro, acusando permanentemente de imperialistas a sus vecinos del norte –igual lo son de México-, y sin que los mismos hayan cambiado un ápice por la llegada de un hombre de color a la presidencia más para uso mediático de una falsa tolerancia racial –en los últimos meses tal ha quedado plenamente exhibido-, haya sido más contundente que los lagrimeos incesantes de presidentes y diplomáticos mexicanos que sólo protestan, de manera tibia, ante el horror de los compatriotas asesinados en los lindes con la potencia más grande de nuestro tiempo, quizá de todos los tiempos.
Castro amenaza y Florida dio acogida a millones de cubanos que ahora pueblan “La Pequeña Habana” en donde son casi intocables como feudo político permanente de los hermanos Bush. No se olvide que Jeff, fraterno de George junior el nefasto, aspira a convertirse también en presidente –sería el tercero de la dinastía, mucho más allá de lo alcanzado por los Cárdenas en nuestro país-, pasando por encima de Hillary –otra nostálgica de la Casa Blanca- ahora que los demócratas parecen perdidos por la mala gestión de quienes pintaron de oscuro la residencia presidencial de la avenida Pensilvania.
Crecen las bardas de la ignominia y se abren canales por el Golfo de México a favor de los cubanos, los nuevos protagonistas de la publicidad sobre la “generosidad” de los estadounidenses quienes, dicen, no alcanzan a comprender por qué son odiados en todo los rincones del mundo. Bastaría que repasaran el insolente himno de los marines, ofensivo y humillante, para que entendieran si tuvieran un poco de raciocinio: “Desde las Tierras de Montezuma –Moctezuma-…”, comienza el cántico para exaltar que en cada nación invadida por ellos han causado estragos como si hubieran pasado por allí los caballos de Atila que ahora forman parte de los regimientos blindados con radares sofisticados y armas de altísimo poder.
Ahora los vecinos del norte, quienes nunca nos han tratado bien, hablan de leyes migratorias pero ya ni siquiera voltean a ver a México; su punto de referencia es Cuba. ¡Y así nos va a ir!
Debate
El secretario de Hacienda, luis videgaray caso, sigue contando las monedas implorando porque aparezcan al final de los arcoíris las míticas ollas de oro. Lástima, llueve y resplandecen los colores primarios en el firmamento pero ni así mejora la visión ni la recaudación. Lo peor es que se mienta a los causantes asegurando que se hacen obras y se recortan los excesos burocráticos; no es así. En cada caso, por desgracia, la infraestructura reciente sirve más a los poderosos cárteles del narcotráfico –como ya hemos dicho- que a quienes estamos al día en el pago de los impuestos.
La ciudadanía, poco a poco, ha sido expulsada de las vías, de las calles, hasta de las escuelas y casas como ha sucedido en las entidades más infectadas, Michoacán, Guerrero, Sinaloa, Tamaulipas, Nuevo León, Durango, Zacatecas y otras más que, en definitiva, hace tiempo no conocen la tranquilidad ni la tendrán en un lapso largo.
No hay explicaciones de videgaray acerca de cómo nos vamos a enfrentar a la caída vertiginosa de los precios de la mezcla mexicana de crudo; ni tampoco a la nueva etapa de la “flotación” del peso en picada igualmente ante el poderoso dólar que arrinconó por igual al euro. Lo segundo nos afecta también porque no pocas empresas españolas buscan, casi con desesperación, encontrar hasta el último dólar del mercado mexicano para enviarlo a su tierra –el oro de las Indias que ahora permanece encerrado en el triángulo de Iguala en donde también se refina cocaína; de allí el interés en la región de los grupos subversivos y delincuenciales como “Guerreros Unidos” y su vocero atrapado, Felipe Rodríguez Salgado, “El Cepillo”, quien “cepilló” muy bien al ex comisionado, más bien virrey de Michoacán, Alfredo Castillo Cervantes.
Cuando menos, la salida de Castillo –se alegó hace un año una enfermedad entre líneas- dio aliento para pensar en otras por la misma causa aunque no esperen que adelanten vísperas en la casona blanca de Los Pinos.
La Anécdota
Es un cuento, pero muy bueno. Se dice que una señora acudió con su pequeño hijo a un restaurante y, en un descuido, éste se tragó una moneda de diez pesos. La asfixia amenazaba al chico ante la desesperación de su progenitora. En estas condiciones, uno de los comensales se levantó de su mesa y con paso seguro intervino:
–Aléjense que yo sé de estas cosas.
Y, de inmediato, le bajó los pantalones a la criatura y le apretó los testículos al tiempo de que la moneda salía de la garganta del pobrecito.
–¿Es usted médico?, preguntaron azorados los demás contertulios.
–No, soy luis videgaray y tengo fama de saber como sacarle hasta el último centavo a los mexicanos…