- Chantajes y Agravios
- Garrapatas de Reserva
- El Racismo Escondido
En septiembre del subversivo año de 1968, cuando los corazones jóvenes, equivocados o no, latían al ritmo de sus propias concepciones de libertad, algunos descocados se treparon, como monos de Papúa, al asta central del Zócalo capitalino, colocando allí una bandera pirata, bien definida la calaca y los huesos pero sin el aire del gran Posadas. (Si lo hubieran hecho ahora habría sido propaganda para el torero Juan José Padilla quien perdió un ojo, banderilleando en Zaragoza en octubre de 2011, y ahora emociona a los públicos por su temeridad y bajo el mismo pendón del Capitán Sparrow. ¡Y todavía hay necios que insisten en que los diestros, esto es cuantos se bajan al redondel de la vida y la muerte, no corren peligro alguno porque las bestias, criadas especialmente para la pelea, lo mismo en el Inframundo que en la superficie, salen de los corrales con las fuerzas mermadas y no sé cuantas mentiras más, muy al estilo de la cultura anglosajona que promueve la extinción de las corridas!).
En aquel año terrible, sobre todo porque se cortaron las alas a muchas generaciones jóvenes quienes optaron por el silencio, no por cobardía sino en razón a la supervivencia, muchos mexicanos, incluso los jóvenes agraviantes quienes no midieron el nivel de la profanación, unieron sus voces para exigir un acto de desagracio al lábaro patrio porque con los símbolos nacionales no se juega; y aquel trapo, que podría haber sido adorado por los corsarios ingleses en la Plaza de Trafalgar, en Londres, había tomado el lugar de la bandera tricolor que no es simple tela sino la representación de cuanto amamos, alrededor nuestro, a lo largo y ancho de un hermoso país, contrastante –a veces de manera brutal-, pero todavía con la calidez de la ternura de las viejecitas que hacen tortillas a mano –de maíz, naturalmente-, y las miradas de las hombres que no bajan la cabeza, observan de frente y miden así a quines los encaran; son más, mucho más, que los despiadados sicarios dispuestos a matar cuanto encuentren en su camino para rendir culto al vicio y al dinero que éste genera.
Por cierto, y éste es un apunte que podría aprovechar el presunto empresario marihuanero, vicente fox quesada, el célebre capo del llamado “cártel de Medellín” -¿por qué no simplemente cartel, en castellano, sin acento?-, Pablo Escobar Gaviria, llegó a confesar que él, cuya fortuna se la debía a la cocaína colombiana, jamás había ingerido ni una sola “línea” de la misma. Por eso, dicen aún quienes le trataron –la serie televisiva sobre su vida fue espectacular-, le tenía tanto “cariño” mucho más que a los cientos de sus víctimas en atentados terroristas, brutales, por todos los rincones de su país. (Y esto lo digo para contrarrestar lo que dijo a una amiga mía una loca: que sentía más respeto por “El Chapo” Guzmán que por ella por la sola razón de ser la primera aficionada a los toros; la desproporción pinta de cuatro patas a quien emitió juicio semejante aun cuando entiendo, subrayo, a cuantos, por alejamiento e ignorancia sobre todo, no observan sino la sangre en las funciones taurinas –como si ésta no se viera, por ejemplo, en los mercados-, y descalifican torpemente al espectáculo cuyas raíces son varias veces centenarias).
Pues bien, ahora los defensores de la naturaleza, quienes aborrecen el maíz transgénico porque consideran que no tiene los nutrientes adecuados y merma a los campesinos –no les falta razón, aclaro-, miembros de Greenpeace, surgida en Norteamérica en donde conviven todas las simulaciones concebibles –entre ellas el racismo aún vivo con todo y que el presidente estadounidense sea un hombre de color –escribir “negro” puede representar un exceso como usar el término “puñal”, prohibido por la Suprema Corte de Justicia en México por denigrante, en plena exacerbación de libertades… e hipocresías-, escalaron el asta del zócalo -¿dónde estaban las autoridades que merodean por allí?-, y colocaron un pendón escatológico, culpando a Peña Nieto –hay formas de cuestionarlo y duramente sin necesidad de afrentar a todos los mexicanos-, del asunto de los transgénicos y sintiéndose omnipotentes en una tierra sin ley. No sé que me dio más asco: si la protesta atentatoria de Greenpeace el 4 de julio o la negligencia del gobierno para proceder a un justo desagravio en donde fue sustituida nuestra bandera por un paño pintado con leyendas políticas. Creo que lo segundo porque, en todo caso, los miembros de Greenpeace, en ocasiones, suelen defender a los animales en su habitat no a las mascotas sometidas a un cautiverio de por vida; y tal representa una perspectiva muy diferente, en la conciencia y en la praxis.
Pero hubo más. El marihuanero de referencia, líneas arriba, no tuvo empacho en declarar, en un programa de televisión –“Tragaluz”, de Milenio-, que se percibía como un presidente que se llevaba “de calle” a todos los presidentes, “incluido Juárez”. Más allá de la inmarcesible figura del indio zapoteca de Guelatao, a quien algunos cuestionan porque de no morirse a tiempo acaso habría sido el motivo de una revolución, sin considerar que los “hubiera” no existen y tal suposición no puede estar por encima de la gloriosa batalla republicana por él abanderada que llevó a México a ser respetado como país soberano en el mundo aristocrático de la vieja Europa, la burda tontería, fruto de sus enfermedades que redundan en una egolatría desequilibrante, puso en juego, para la discusión, a figuras tales como el general Lázaro Cárdenas del Río, y antes el mártir Francisco Madero y el gran reformador Venustiano Carranza –tan difamado también-, pasando por el soldado “del 2 de abril”, el dictador Porfirio Díaz Mori, a quien condena la historia por una permanencia casi suicida en el poder tras las elecciones, en 1910, cuando aseguró respetaría el sistema de partidos y acabo haciendo lo contrario… como tantos otros después. Con él podría equipararse el presuntuoso señor de las botas y hebillas marcadas con su apellido y enamorado, “hace dieciocho o veinte años”, lo que confirma la condición de amante empírica y fantasmal, por varios años, de la señora marta, quien sedujo a un hombre baldado por la patada de un caballo, como reza el certificado de disfunción sexual emitido en León, Guanajuato, por el médico Adolfo Islas Cosío –página 70 de “Marta”, Océano, 2003-.
¿Cómo puede llegarse a este nivel de cinismo? Sólo por el camino de la enajenación que, al parecer, tiene varias sendas y vertientes en la casona de Los Pinos. Son pocos los que de allí han salido más o menos cuerdos; la mayor parte de los mandatarios dan pena, hundidos en la nostalgia, primero, o desbordados en el habla, después, tratando de limpiar una imagen gracias a la impunidad que los cobija. Sólo un marihuano, ya no únicamente empresario próspero, es capaz de pronunciarse de esta manera. Es como si el argentino Bergoglio, el Papa Francisco, dijera que ya está a la par con Dios porque lo representa estupendamente alentando el fervor por los pobres y condenando a los curas ricachones –muchas veces con vidas licenciosas y lujosas gracias al narcotráfico y sus secuelas infinitas-. fox, por si no lo saben, logró que se redujera drásticamente el número de pobres en México: le bastó un decreto para acentuar que quienes ganan más de dos millones al día ya no pueden considerarse en estado de pobreza extrema. ¡Zas! Como el Supremo, aunque espero que los amables lectores no me consideren blasfemo por rendir un veredicto de grave envergadura.
Pues también las afrentas verbales del “guanajuatense”, como el cinismo execrable de calderón, merecen el desagravio para todos quienes formamos la comunidad nacional. Y éste sólo puede darse con la cárcel y no simplemente con una disculpa superflua para no alterar el “Pacto por México”, una mala iniciativa presidencial, por lo visto, convertida en arma de chantaje para los grandes predadores del sistema político. ¿Para cuándo llegan las satisfacciones?
Debate
Ahora resulta que tenemos una plaga de garrapatas y de ratas –además de los ladrones, aclaro-, en Polanco, ciudad de México, en donde habito en un departamento. No pongo la dirección para evitar facilitarles el camino a sicarios, operadores del narco y las mafias, políticos deshonestos, mujeres ardidas y mentirosas, y cuantos pudieron sentirse afrentados por la aparición de “EMPEÑADOS” en agosto del año pasado.
Una de las peores garrapatas, ahora en sentido figurado, es el reaccionario Agustín Carstens Carstens, en funciones de gobernador del Banco de México, quien ahora acepta lo que hasta hace unas semanas atrás negaba: la desaceleración de la economía mexicana por causa del flujo de capitales hacia el exterior. Una vez más debe estar removiéndose el cadáver de José López Portillo, el más frívolo de los ex presidentes a quien no le gustaba ser identificado como tal aunque le llamaran ladrón y otras lindezas, cuya promesa de que “no nos volverán a saquear” hizo a la economía lo que el viento al Benemérito: absolutamente nada. Porque, desde el lejano 1982, nos han dejado sin dinero una y cien veces.
Por ejemplo, en 2008, cuando Agustín Guillermo, tales sus nombres de pila porque seguramente fue bautizado –debe haberle pesado un montón al padrino-, fungía como secretario de Hacienda, no sólo habló de su famoso “catarrito” –convertido en neumonía casi mortal-, sino fue incapaz de frenar a los ambiciosos bancos con capitales españoles –el Santander y el Bilbao Vizcaya Argentaria dueño de Bancomer gracias a una oferta institucional que le convirtió en cómplice de las administraciones de la derecha, esto es con la bendición de Carstens entre otras-, que se gran parte de los dólares que circulaban por nuestro mercado y nos blindaban ante la recesión mundial, para defender sus feudos hispanos: esto es exactamente lo mismo que hicieron los lacayos de Cortés al mandar a la Corona española el oro y la plata de los territorios invadidos en una “conquista” desproporcionada y fatal.
Un saqueo, muy cercano, sin castigo ni indagatoria alguna.
La Anécdota
Como verán los lectores, quien esto escribe se ha ganado su derecho a decir cuanto le venga en gana, sin difamar ni calumniar ni mentir. Y por ello señalo que Barack Obama, el presidente “de color” de los Estados Unidos, no fue capaz de parar el racismo galopante en el país que dice gobernar, pero no es así. Durante el periodo pasado se hablaba de la influencia de Hillary Clinton, y ahora se habla del vicepresidente Joe Biden, en el cargo desde el 20 de enero de 2009, como quien tiene los controles de la “Casa Blanca”, no de la mansión sino de la estructura presidencial que la asfixia.
Hace tres años fue evidente lo anterior cuando Obama, indignado por el fallo de un tribunal de Florida para exonerar al asesino George Zimmerman quien disparó a quemarropa a un joven de color, Trayvon Martir, la noche del 26 de febrero de 2012. Sumándose a las protestas insistió en que, de tener un hijo, se parecería mucho al difunto Trayvon quien iba desarmado luego de comprar diversas chucherías en una tienda de su condado. De inmediato, los congresistas cuestionaron al mandatario y le dijeron que había convertido el caso en un asunto político.
¿Quién dice que la xenofobia y el racismo se extinguieron en el vecino del norte cuando la blanca casona de la Avenida Pensilvania comenzó a ser habitada por una familia afroamericana?
Se tiene la sensación de que, al igual que en los estados unidos sucede a Obama,
el presidente Peña Nieto no es capaz de controlar a su gobierno ni de ejercer autoridad
sobre los miembros de su gabinete por él nombrados.
De allí el desorden burocrático,
las ambigüedades ideológicas y la pasividad que tolera excesos injustificables
en agravio de todos los mexicanos.
Ahora resulta que ser empresario marihuanero es hacer patria.