La Habana, 31 julio (PL) La diferencia entre los detectives de ficción Dick Tracy y Columbo no está en la pulcritud del gabán del primero y percudido del segundo, ni que el uno perseguía al delincuente y el otro lo descubría, sino en el teléfono celular.
Tracy saltó a la historia no por ser un eficaz sabueso a la caza de temibles criminales, sino porque en fecha tan lejana como 1946 sorprendió a los hombres de negocio, políticos y policía con un envidiable artefacto extraordinario que llevaba en una de sus muñecas y le servía para comunicarse con sus jefes, su mujer y algunas gentes más.
Parecía un reloj, y de hecho funcionaba como tal, pero la importancia del adminículo era que se lo acercaba a la boca y hablaba a través de él, y acercándolo algo a su oreja derecha escuchaba la respuesta de su interlocutor.
Sin lugar a dudas, el amigo Dick fue el pionero en el uso de lo que hoy es considerado por unanimidad como una extensión tecnológica del cuerpo humano y quien carezca de él es visto como un discapacitado al que le falta una oreja, un ojo, una pierna o una mano, algo así como el Capitán Garfio de los comics.
Columbo (en Latinoamérica fue presentado como Colombo) a pesar de que nació veintitantos años después que Dick había perfeccionado su teléfono-reloj, no logró conocer la telefonía móvil, aunque tal vez esa carencia contribuyó a desarrollar su método de investigación deductivo-cognoscitivo que lo hizo tan famoso.
Y nadie se explica por qué tuvo que realizar su trabajo de investigación policial aferrado siempre al cordón enrollado como muelle de un teléfono fijo, pues apenas unos años antes otro ilustre de la pesquisa, Maxwell, el Agente 86, había perfeccionado y superado tecnológicamente el cel de Dick con un teléfono de gran alcance escondido en el tacón de su zapato con el que se comunicaba con Control y la agente 99.
La gloria de Dick y Max es innegable, pues treinta o cuarenta años antes de que las empresas de comunicaciones en pugna en Estados Unidos y Europa lograran minimizar al tamaño de un ladrillo los celulares que ofertaban, ya ellos dos indicaban el camino hacia una nanotecnología que conduciría a la telefonía móvil de pequeño formato de hoy con todas sus complejas y crecientes aplicaciones.
Los detectives que surgieron después de Colombo no hubieran podido disfrutar de celulares ocultos en un reloj o un zapato, pues durante años los teléfonos que se inventaron fueron solo para usar en automóviles, requerían el maletero completo del vehículo y servían únicamente para hablar y no se escuchaba muy bien.
Tuvieron que pasar decenas de años de estudio, investigación y experimentos para que DynaTAC 8000X presentara oficialmente en 1984 un teléfono celular personal reducido que pesaba casi un kilogramo y medía 33.02 x 4,445 x 8,89 centímetros con una pobre batería que duraba una hora de comunicación u ocho horas en espera; costaba al público cuatro mil dólares y los ricos se pelaban por tener uno pues significaba una gran apariencia de prestigio.
En ese campo el avance de la tecnología ha sido asombroso y los nuevos equipos que ve uno por doquier requieren la habilidad y el conocimiento de un ingeniero informático total, o en su lugar de un cerebro fresco con menos de 40 años de vida y sin desgaste por la enorme cantidad de aplicaciones que cada día se le incorpora a la telefonía móvil convirtiéndolos en auténticos ordenadores que funcionan con sistemas operativos específicos y optimizados.
La industria del teléfono móvil es una de las más rentables en el mundo con ventas astronómicas y servicios para grandes masas con una organización espectacular que a pesar de su descomunal difusión pueden dar tratamiento personalizado.
Algunos aseguran que sobre el planeta hay más celulares que personas, las terminales en uso sobrepasan las 5200 millones, hay 6700 millones de suscripciones, 4300 millones de usuarios únicos, se gastan 11400 millones de dólares en publicidad, más 25000 millones generados por las aplicaciones sin incluir el recaudo por 1820 millones de móviles vendidos solo en 2013 cifras que, por supuesto, desconocen Dick y Maxwell.