Por Blas A. Buendía
El fenómeno del porrismo se remite a la década de los cuarenta en la UNAM, al promoverse desde las autoridades de la misma la intervención de pistoleros como contención a las corrientes estudiantiles opositoras de izquierda gestadas dentro de la institución.
Es a partir de la década de los cincuenta en que dichos grupos inician una etapa de expansión en la UNAM y el IPN, adquiriendo apoyos y estructuras semejantes al sindicalismo oficial bajo la denominación de federaciones universitarias.
En la década de los sesenta hay una vinculación entre los integrantes de los tradicionales grupos de animación de los equipos estudiantiles de fútbol americano, en México denominado «porras», tanto de la UNAM como el IPN, con grupos de choque, por lo que popularmente son comenzados a ser llamados «porros».
Tras la derrota del Movimiento de 1968 en México luego de la matanza del 2 de octubre, los grupos porriles consolidan su poder en los niveles medio superior y superior.
En el contexto de la Guerra sucia en México, dichas asociaciones son usadas con el fin de disuadir actividades u organizaciones con ideologías opositoras al gobierno mediante la violencia, la delincuencia y el espionaje.
Tal es el éxito de los grupos porriles, que fueron reconocidos por las autoridades como «organizaciones estudiantiles» que incluso participaban del presupuesto de las instituciones.
En los años ochenta el fenómeno se agudiza particularmente en el IPN, en donde los grupos porriles gozaban de privilegios como el cobro de cuotas por acceso a las universidades y extorsión a los profesores a cambio de «protección», además de su actividad violenta en sí dentro y fuera de las escuelas.
Estos grupos estuvieron vinculados al Partido Revolucionario Institucional, como parte de un plan de contrainsurgencia hacia los movimientos sociales urbanos que tienen demandas hacia el Estado.
A partir de la década de los noventa, otras instituciones con presencia porril empezaron a albergar organizaciones porriles como el Colegio de Bachilleres y el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep).
Conducta social
Los grupos porriles se amparan en la protección o fomento de determinadas administraciones estudiantiles que desean cotos de poder o mantener el control de un bloque de escuelas.
Se constituyen de adolescentes generalmente maltratados o de padres violentos -incluso ex porros- y de familias marginadas y desintegradas, con violencia intrafamiliar y por lo general inseguros, que son convencidos de integrarse a estas organizaciones por la facilitación de drogas, alcohol, fiestas y el ejercicio de un poder local delincuente y, en algunos casos, de notas académicas altas.
Estos son persuadidos de ingresar a los grupos mediante una bienvenida (golpiza) y la asignación de un apodo hacen que el «porro iniciado» le guste más el movimiento, las golpizas hacia otra escuela se hacen parte del carácter y conducta del porro. Las petardizas y las campales son lo más común en un grupo porril.
El porro se ampara en el ingreso a una institución académica -por lo que es denominado también pseudoestudiante- y tiende a ser violento y muy agresivo, debido a su búsqueda de control y territorialidad.
Derivado de una tradición de rivalidad estudiantil, los grupos porriles promueven y exaltan la pelea entre escuelas y federaciones de la UNAM y el IPN (tales como preparatorias, facultades, vocacionales, bachilleratos y CCH).
Algunas secundarias igualmente registran actividad porril. Las actividades, apodos e integrantes de estas pandillas son asunto público en las comunidades estudiantiles.
Los porros se caracterizan por secuestrar camiones del transporte público y protagonizar peleas campales entre escuelas «rivales». Por lo general van armados con piedras, palos, bates y petardos. Los muertos en estas peleas campales son honrados como “héroes”.
Las organizaciones porriles cuentan con un líder que ganó ese puesto por ser el más hábil para pelear. Generalmente éste y su grupo más cerrado van armados y tienen influencias y contactos con policías, delincuentes y narcomenudistas. Estos mueven (ordenan) al resto del grupo porril.
El ser porro implica portar un jersey de fútbol americano (los denominan yercos o trapos) con el logotipo, el número de plantel de la escuela y el nombre de la organización. Perder en una pelea o robárselo (tumbárselo, en jerga porril) a otro porro es considerado como un triunfo y como una deshonra para el perdedor, que es castigado con una golpiza por la misma organización.
Los porros integran de igual manera porras. Por lo regular tales organizaciones pertenecen o son financiadas por partidos políticos, y son creadas con fines de crear confusión.
Por testimonios de prensa se sabe que muchos porros pertenecen a dichos partidos, por lo que van a ascendiendo en la mayoría de los casos hasta convertirse en miembros del Congreso de la Unión o en otras organizaciones gubernamentales (diputados, senadores, directores de colegio, etc.).
Cabe mencionar que algunos grupos porriles son Independientes (indepos) que significa que no están protagonizados y apoyados por ningún partido político, por lo que funcionan como mercenarios a favor del mejor postor.
Manejo mediático
Los medios de comunicación en México siempre han minimizado el problema, considerando este fenómeno social como un simple conflicto entre pandillas y, en un intento de desinformar, ocupando el término «porro» para referirse de igual manera a los delincuentes represores, como a los activistas sociales afectados.
La realidad indica que estos grupos mantienen el control interno de la mayor parte de las escuelas públicas en la Ciudad de México, delinquiendo sin problema y obteniendo con facilidad dinero del estudiantado.
Al día de hoy, ninguna autoridad de ningún nivel ha realizado una acción concreta para terminar este problema. Hasta la fecha solamente la UNAM ha realizado expulsiones de algunos líderes de este tipo de organizaciones, aunque no se han tomado medidas contra las autoridades que les brindaban protección.
Sin embargo, viene a colación el tema, ya que la Vocacional 5 “Benito Juárez”, Plantel La Ciudadela, presenta un paro de “brazos caídos” debido a que su director, el Doctor Ernesto Pineda León, ha realizado acciones negativas como el nepotismo, el influyentismo, el amiguismo y pretender creando una cofradía con fuertes conflictos de intereses ue redundan en el poder político, económico y hasta financiero.