Fidel Castro Ruz: Los inmoribles

Por Stella Calloni

Buenos Aires (PL) Un llamado en la madrugada, una voz que dice: «murió Fidel Castro» y se quiebra. Una respuesta salida desde las entrañas y de la rebelión ante dolor: «Fidel Castro no es morible».
¿Puede morir un hombre que marcó dos siglos y que en 90 años de vida jamás claudicó de los valores más profundos de un ser humano, humanísimo? ¿Un hombre cuya coherencia, dignidad, solidaridad, abría todos los caminos hacia la liberación,  la justicia verdadera, para desafiar imperios, colonialismo, disfraces democráticos?
Un hombre que tenía una voz que se escuchaba en las catacumbas de los dominados, de los silenciados, de los esclavizados, de los «nadies», a pesar de que intentaron apagarla con todas las técnicas y argucias posibles de los grandes poderes.
Más de seiscientas veces el imperio intentó asesinarlo y no pudo. Más de medio siglo se intentó derrocar una revolución, que surgió desde sus más profundas realidades, cubanísima en su esencia, su espíritu, su cultura, su razón de ser, y por eso mismo tan arraigada en un pueblo, que nunca se doblegó.
Escuchando hablar a Fidel recordaba al poeta Aimé Césaire  en un párrafo de una obra suya teatral y poética. Tomo la voz del «Rebelde» cuando dice: «A mí el mundo no me da cuartel… No hay en el mundo un pobre hombre linchado, un pobre hombre torturado, en el que no sea yo asesinado y humillado».
De eso se trataba, cuando Fidel alzaba su voz solidaria ante cada quejido de la humanidad que dolía a su corazón, que le hacía crecer el grandioso espíritu de la liberación.
A ese hombre, al Comandante Fidel Castro Ruz, capaz de asombrarse cada vez por los sucesos del mundo, de preguntar detalles para escarbar profundamente en las diversas realidades de los pueblos, de conmoverse y hasta desesperarse -en realidad su expresión más intensa de la ternura- tuve el privilegio de conocer y de escuchar, no sólo en sus discursos, sino en sus pocos momentos en que no estaba rodeado de multitudes.
Y en esa voz de bajo tono, donde a veces aparecía también el hombre tímido, el que expresaba con suavidad, sin ninguna sombra de soberbia, la formidable capacidad de indagar buscando recrear las teorías, renacer la dialéctica, anticiparse a los acontecimientos como un profeta o un iluminado que siempre fue.
Conocía todos los límites y los muros que había que desafiar y destruir, como lo había hecho en esa isla pequeña, que a sólo 90 millas de la potencia imperial, que lo cercaba con un sitio medioeval, resistía y sigue resistiendo, aún en este mundo incierto, en esta dinámica que no deja respiros, con un coraje de leyenda, con la fuerza revolucionaria que sólo los «hombres nuevos» pueden mantener como una llama viva.
Ahí estaba Fidel con su pueblo reviviendo cada día la llama de la heroica resistencia y soplándonos la vida y la esperanza de que «sí, se puede», contra un capitalismo salvaje y decadente que está creando el camino de su propia destrucción.
Alguna vez escribiendo para la Jiribilla de Cuba se me ocurrió llamar al Comandante Fidel Castro como un «orfebre de liberaciones», y eso es lo que siento que fue, soñando el sueño recurrente de la Sierra Maestra, que nunca abandonó.
Sin ese amor que rompe fronteras, paradigmas, límites, la fuerza de un revolucionario no sería suficiente para ganar batallas, para liberar y revolucionar todo a su paso. Por todo esto y mucho más Fidel Castro no es morible, está como nunca hoy, cuando estamos reviviendo el nuevo esquema  geoestratégico de recolonización, no sólo continental, sino mundial.
Y cuando nombremos cada camino de la resistencia para la liberación definitiva, ahí está, como estuvo y estará para siempre, un hombre llamado Fidel Castro que nos dejó el legado más extraordinario: la certeza de saber que en este mundo que se mueve en oleajes, que parece cambiar cada día y cada hora, aunque parezca una paradoja, el salvajismo irracional del capitalismo sin máscaras, nos está abriendo el camino a la liberación definitiva.
Él hizo posible desenmascarar al imperio, ante la furia de no haber logrado rendir a Cuba, una isla pequeña en el Caribe, que estuvo y está bajo ataques permanentes.
Que nadie crea que Cuba queda a la intemperie porque allí está la dirigencia y un pueblo que se fueron construyendo en el camino revolucionario como tales, junto a Fidel, el inmorible, el orfebre de liberaciones.

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