La Habana (PL) Hace tres años, la muerte de cientos de personas cerca de Italia y la aparición del cadáver de un niño sirio en una playa de Turquía aterrorizaron al mundo y acapararon los titulares de los más relevantes medios de prensa.
La imagen del pequeño Aylan Kurdi tendido sobre la arena en septiembre de 2015, se convirtió en un símbolo de horror y en un motivo para condenar a las grandes potencias europeas por su inactividad ante la agudización de la crisis migratoria.
Ante la presión de numerosos ciudadanos y organizaciones humanitarias, los Estados del Viejo Continente se comprometieron a hallar una solución y a buscar alternativas para que no volvieran a repetirse tales tragedias.
Un tiempo después, la Unión Europea (UE) sigue con muchas excusas y ninguna respuesta, en tanto el problema se identifica ahora con nombres como Aquarius y Diciotti, navíos obligados a permanecer durante días en el mar porque ningún país aceptaba acoger a los indocumentados rescatados por ellos.
La Europa defensora de los más dignos valores y principios, opta una vez más por construir muros y cerrar sus puertas a quienes acuden en busca de ayuda.
A inicios de junio de este año, el buque de ayuda humanitaria Aquarius, con 629 migrantes a bordo, estuvo ocho días a la deriva debido a la negativa de Italia y Malta de recibirlo.
La nave de 74 metros de eslora, 11 de manga y bandera de Gibraltar, quedó atrapada en una controversia surgida entre Roma y La Valeta en torno a cuál de los dos gobiernos correspondía atender a los pasajeros, entre ellos 123 menores sin acompañantes, otros 11 niños y siete mujeres embarazadas.
Según las organizaciones SOS Méditerranée y Médicos sin Fronteras, cuyos especialistas prestan servicio en el barco, los extranjeros fueron socorridos en aguas próximas a Libia, siguiendo las instrucciones del Centro Coordinador para el Rescate Marítimo de Roma.
Concluida la primera fase de la operación, el Aquarius puso proa hacia el norte en busca de un puerto seguro y el más cercano era la isla de Malta, a cuyo gobierno apeló infructuosamente el titular italiano de Interior, Matteo Salvini.
El argumento expuesto por el primer ministro maltés, Joseph Muscat, fue que ese asunto era responsabilidad de Italia por ser la nación coordinadora de las acciones de socorro y que los puntos más seguros en la ruta del navío eran Lampedusa y Túnez.
Ante la continuidad de la polémica, las autoridades italianas ordenaron a la tripulación mantener la embarcación en la posición donde se encontraba, a 35 millas de su territorio y a 27 millas de Malta.
Finalmente el jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez, informó que el barco sería recibido en el puerto de Valencia.
Lo sucedido generó fuertes enfrentamientos entre Italia y varios de sus socios europeos, en especial Francia, nación con la cual intercambió duras críticas que conllevaron a una crisis diplomática.
Roma también sostuvo conflictos con la directiva de la UE, los cuales se agudizaron poco después con casos similares.
El 16 de agosto, la patrullera Diciotti socorrió a 177 extranjeros y recibió la autorización del Ministerio italiano de Transporte e Infraestructuras para atracar en el puerto de Catania.
No obstante, Salvini impidió que los migrantes desembarcaran y amenazó con regresarlos a sus lugares de origen.
Criticado por organizaciones humanitarias y la comunidad internacional, el también viceprimer ministro permitió que fueran trasladados a tierra 27 menores de edad y 12 enfermos.
Solo autorizó el descenso del resto cuando países como Irlanda y Albania, y la Iglesia católica italiana anunciaron que acogerían a los viajeros.
Según los servicios de salud, los indocumentados se encontraban malnutridos y exhaustos, y habían sido agredidos y explotados en Libia.
En un intento de probar fuerza con la UE, Salvini amenazó con retirar su contribución económica al bloque comunitario si no se acordaba el fortalecimiento de la seguridad en las fronteras y un sistema efectivo para la distribución de los solicitantes de asilo.
La directiva de la alianza aseguró que los chantajes e intimidaciones no funcionan con Bruselas y desde Italia, la Fiscalía de Agrigento, Sicilia, inició una investigación contra el ministro por los delitos de secuestro, arresto ilegal y abuso de poder durante la gestión de la situación con el Diciotti.
De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de 67 mil extranjeros llegaron a Europa por vía marítima en lo que va de 2018 y mil 549 murieron al intentar cruzar las aguas del Mediterráneo, lo que equivale a alrededor del 60 por ciento del total de indocumentados fallecidos en el mundo.
Las cifras, aunque conservadoras y menores a las reportadas en años precedentes, muestran la magnitud del problema, en tanto su continuo crecimiento no permite trazar pronósticos alentadores.
España, Grecia e Italia siguen siendo los principales países a los que arriban casi a diario ciudadanos de varias naciones de África y Medio Oriente, muchos de los cuales no son registrados.
De acuerdo con el analista británico Daniel Trilling, existen varios mitos relacionados con la crisis de indocumentados y uno de ellos es la creencia en que el problema como tal ya no existe y que solo quedan algunos puntos pendientes, de rápida solución.
Además, muchos piensan que la llegada de solicitantes de asilo representa una amenaza para la preservación de los valores europeos y otros consideran que la diferenciación entre migrantes económicos y refugiados es un procedimiento fácil y un elemento determinante a la hora de enfrentar el fenómeno.
«El sistema trata de clasificarlos en categorías que no siempre reflejan la realidad de sus vidas y si algo falla son arrojados a un limbo legal y moral que dura meses o incluso años», señala Trilling.
«En el siglo XXI, una frontera no es sólo una línea en un mapa, es un régimen que permite filtrar a las personas y que se extiende desde los bordes de un territorio hasta su corazón. Los solicitantes de asilo se convierten en los sujetos de un filtrado especialmente complejo y a menudo violento», añade.
Por otra parte, advierte sobre el ascenso de fuerzas xenófobas y ultraderechistas en los últimos años, en cuyas manos recaen ahora decisiones de gran relevancia.
Como ejemplo de lo anterior podemos mencionar la llegada de Salvini a importantes cargos gubernamentales en Italia, la continuidad de Viktor Orbán como primer ministro de Hungría y el apoyo de ambos a políticas y campañas antiinmigrantes que plantean desde el cierre de las fronteras hasta la criminalización de los indocumentados.
Esa postura es respaldada por Austria, Polonia, República Checa y Eslovaquia.
Durante los más recientes acontecimientos, Salvini ha sido la cara visible y el blanco de las acusaciones y reproches, pero su llegada al gobierno es reflejo del retorno de ideologías ultranacionalistas y racistas.
El tema migratorio ha sido, de hecho, un aspecto central en campañas electorales y en los debates entre partidos y dirigentes de países como Alemania, donde la posición xenófoba del líder de la Unión Socialcristiana Horst Seehofer puso en jaque a la administración de Angela Merkel.
El pequeño Aylan, los naufragios cerca de Libia e Italia, Aquarius y Diciotti, son solo algunos de los muchos casos de desastres ocurridos durante los últimos años.
Gran parte de esos sucesos no recibe una atención mediática similar o es resumida en los reportes publicados por organismos y entidades estatales.
La oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados alertó sobre el peligro de acostumbrarse a ver como normal las muertes ocurridas a diario en el Mediterráneo.
«Los Estados europeos deben acordar un mecanismo común de desembarco de los rescatados en el mar. Es incorrecto, peligroso e inmoral mantener a los barcos de socorro a la deriva, mientras los gobiernos compiten para asumir la menor responsabilidad posible», aseveró el representante de esa instancia, Filippo Grandi.
Las vidas de muchas personas dependen hoy de la solidaridad, la aceptación, el combate a la violencia y el fin de la inercia mantenida hasta el momento. Los muros en las fronteras no son la solución.