Descalzos, el cuerpo cobrizo ornamentado con metales dorados, cuentas sonoras y plumajes en cabeza y torso, hombres y mujeres danzan sobre losas del Zócalo mexicano al toque de un tambor y cantando en milenaria lengua su ancestral crónica.
Es la ceremonia mexica Tlamanalli con la cual los originarios de ayer y hoy ofrendan a sus dioses en los cuatro rumbos sus sacrificios porque el Ometéotl, que es su consigna y Dios dual, ya era omnipresente en el norte, el sur, el este y el oeste, antes de que la rosa náutica indicara a los marinos de la vieja Europa que el mundo del hombre tenía cuatro puntos cardinales.
En las danzas y sus cánticos, invocaciones en náhuatl y reverencias a los cuatro costados sin marcar diferencias entre cada punto porque son como un mismo espacio dimensional de la pacha mama y en ellos Ométeotl tiene igual fuerza en el brazo y la cabeza, los descendientes de aquellos que hicieron grandes obras como Teotihuacán, Chichén Itzá, Calakmul, Uxman o Yxchilan, recuerdan a quienes hicieron grande al México remoto.
Agosto es el mes de la veneración y por tanto el de la fiesta de las culturas indígenas, de los pueblos y barrios originarios de la Ciudad de México que aún se sienten aborígenes aunque estén atrapados entre multitud de rascacielos y millones de automóviles cuyos gases tóxicos se mezclan con los sahumerios de copal impurificando el humo que todavía creen que ahuyenta el mal.
El jolgorio indígena, que comenzó hoy, se extenderá hasta el 22, tomará reposo de seis y días, y se reiniciará el 28 hasta el 1 de septiembre, como ocurre cada año, según han determinado las autoridades de las propias comunidades y sus consejos, que son los organizadores del ritual prehispánico al que invitan al gobierno de la Ciudad de México.
Es un derecho de las comunidades indígenas que se ha respetado y que todos los habitantes de la capital y los millones de turistas extranjeros que arriban en este mes caliente, disfrutan por igual.
México tiene el gran privilegio de que en su vasto territorio se hablen 68 lenguas, aun cuando se hace poco para salvarlas y muchas de ellas están en verdadero peligro de extinción.
Ciudad de México, bastante cercana a la península de Yucatán, una de las zonas arqueológicas mayores y más hermosas e interesantes del planeta, tiene decenas de pueblos originarios y más de un millón de personas se autotitulan indígenas.
Esta singularidad hace que, a pesar de que junto con el estado mexiquense conforma la región más poblada del país, sea considerada una ciudad diversa, pluricultural y plurilingüística, un gran acierto y una gran justicia histórica, lo cual no impide ni oculta lamentables rasgos de discriminación.
Pero esa condición, que no la tiene por decreto sino por conformación social real, le da la riqueza y la fuerza expresiva única, expresada en los colores de sus artesanías y vestidos, la policromía de sus ambientes, los aromas y sabores de sus platillos, y esa atmósfera festiva que es una constante en toda la ciudad de un confín a otro.
Así está el Zócalo hoy, con tres enormes carpas que albergan a mil 151 stands de 152 pueblos, barrios originarios y comunidades indígenas capitalinas cuyas artesanías, platillos y textiles, forman un verdadero y fascinante caleidoscopio en una de las plazas más bellas del mundo.
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