Pablo Jofré Leal
Santiago de Chile (Prensa Latina) El MAS y su binomio conformado por Luis Arce como presidente y David Choquehuanca en la vicepresidencia lograron una victoria furibunda e indiscutible en las elecciones del 18 de octubre, a las que fueron convocados 7.3 millones de bolivianos.
Estos resultados se alcanzaron a pesar de la intervención desvergonzada de la OEA, del Departamento de Estado norteamericano y de una ultraderecha sometida a las órdenes de fuerzas externas.
Un 52,4 por ciento y una diferencia de 20 puntos sobre Carlos Mesa (31,5 por ciento) y 40 puntos sobre Luis Fernando Camacho (14,1 por ciento), son cifras extraordinarias que representan aire fresco para la lucha de los pueblos.
Con esto se confirma, tal como se sostuvo, que hubo una operación destinada a impedir el triunfo del MAS por parte de la derecha en las elecciones del año 2019. Avalado esto por los gobiernos derechistas latinoamericanos y el silencio cómplice de organismos internacionales.
Hubo un golpe de Estado orquestado por Washington y sus aliados incondicionales y que con el triunfo de este 18 de octubre permite al pueblo boliviano volver a Palacio Quemado y además controlando las dos Cámaras del Parlamento.
Es una victoria que traerá consigo un tremendo impacto regional e internacional, da nuevos aires al progresismo en América Latina y recupera la democracia para Bolivia y su pueblo, el cual sabiamente vuelve a confiar en aquellos que lo dignificaron, que le dice no al racismo, al robo, al sometimiento a Washington y a la corrupción.
Mientras más postergaba la derecha golpista la convocatoria a elecciones, con una estrategia política errada del gobierno de facto presidido por Jeanine Áñez, más debilitaban sus opciones. Política supremacista, racista, de corte fascista, de insulto al pueblo indígena, a sus símbolos y cultura.
En ese contexto la sociedad boliviana, los más humildes, tenían tiempo de comparar lo que había sido un proceso revolucionario que durante 14 años le cambió la cara y el organismo entero a esta Bolivia.
Una revolución que nacionalizó los recursos naturales, llevó a los indígenas a ocupar Palacio Quemado y decirle al mundo que Bolivia existía, tenía una dignidad que necesitaba aflorar tras cientos de años de sometimiento y abusos. Cada día que pasaba el pueblo ponía en la balanza a los golpistas con el MAS.
El ministro de gobierno de la dictadura, el empresario Arturo Murillo, estuvo en la noche del 18 de octubre largas horas presionando a los medios de comunicación, al Tribunal Supremo Electoral y a las encuestadoras para que no dieran a conocer lo que ya se sabía a las 20:00 horas y que demoró cuatro horas en visibilizar: el triunfo del MAS era inobjetable y con una mayoría abrumadora.
Una maniobra que comenzó a cocinarse en la visita que hizo Murillo a la sede de la OEA a fines de septiembre y al Departamento de Estado norteamericano dirigido por Mike Pompeo, que dieron las órdenes y los apoyos necesarios para impedir que el MAS volviera a presidir el gobierno.
Un plan que mostró su fracaso absoluto, una derrota del imperio y de los gobiernos derechistas latinoamericanos coordinados por Luis Almagro, secretario general de la OEA.
El resultado del recuento fue claro y planeadamente postergado. El propio expresidente Evo Morales, en conferencia de prensa dada en Argentina, sostuvo: «Las empresas encuestadoras se niegan a publicar el resultado en boca de urna. Se sospecha que algo están ocultando».
Por su parte Sebastián Michel, vocero del MAS, señaló que existía una estrategia del gobierno de facto para lograr que no se entregara información y así generar un clima de violencia con el objetivo final de anular las elecciones.
La enorme amplitud de cifras entre Arce y Mesa ha hecho imposible llevar a cabo lo que el departamento de Estado norteamericano, junto a la OEA, habían planeado junto al ultraderechista ministro de Gobierno Arturo Murillo.
La parte más difícil viene ahora para recuperar una vida trastornada por una dictadura que violó los derechos humanos en todos los ámbitos en que pueden ser violados; sanitarios, integridad física, en el acceso al trabajo, a la educación, en derechos cívicos y políticos.
Ahora viene justicia por los muertos, por los humillados sanar las heridas propiciadas por un gobierno de facto que cometió atropello a los derechos de millones de bolivianos y bolivianas.
En un interesante análisis Mario Rodríguez, periodista y educador popular boliviano con especialidad en interculturalidad, manifestó que los resultados de estas elecciones del 18 de octubre «han sido una victoria en el territorio del enemigo, en un campo conservador donde se aglutinó lo más fascista que puede tener la política. Articulado en los sectores más retrógrados que puede tener un país. Un triunfo sobre el dinero, el poder mediático, los poderes hegemónicos».
Dicho marco permite evidenciar que en primer lugar es evidente que se trata de una victoria del pueblo boliviano, que supera la conformación partidaria y sumerge a la sociedad en la búsqueda de su futuro.
En segundo lugar, para el análisis interno de lo que ha sido una fortaleza en el masismo, se conformó el sujeto de lo plurinacional, con un abanico amplio de posibilidades, que hay que fortalecer. Un triunfo que se da contra viento y marea, que permite pensar en transformaciones profundas.
Un tercer elemento es que se necesita una profunda reflexión y una crítica respecto a lo que fueron los gobiernos del MAS para recomponer elementos erosionados y que necesitan ser reconstituidos en la capacidad de participación popular. Y en cuarto lugar, este triunfo es un tremendo impulso para las luchas populares en Latinoamérica, de la patria grande.
Claramente este es un laurel obtenido por el MAS, una conquista enorme que representa la justeza de tres lustros de gobierno transformador en Bolivia, que caló hondo, que a la hora de la comparación le ganó por cientos de miles de votos a esa derecha recalcitrante.
Significa una derrota del fascismo que le va a doler a la derecha, al Grupo de Lima, al converso Luis Almagro quien deberá responder de esta derrota ante sus amos estadounidenses, que gastó cientos de millones de dólares para tratar de consolidar un gobierno de facto y darle posibilidades a la derecha boliviana, para tratar de volver a ejercer sus gobiernos nefastos, fracasando estrepitosamente en esta misión.
Para el triunfador de estas elecciones del 18 de octubre, Luis Arce Catacora, el desafío es claro: «Hemos recuperado la democracia y la esperanza, como también estamos recuperando la certidumbre para beneficiar a la pequeña, mediana, gran empresa, al sector público y a las familias bolivianas. Gobernaré para todos los bolivianos y trabajaré para reencaminar, sobre todo, la estabilidad económica del país».
Arce agradeció la confianza del pueblo boliviano, de los militantes del MAS, de la comunidad internacional y a los observadores que llegaron para supervigilar las elecciones.
El MAS logró una victoria inapelable, a pesar del Covid-19, las amenazas del gobierno de facto y los intentos de impedir que se votara. El MAS arrasó en las grandes ciudades y en el mundo rural. No hubo lugar en Bolivia donde el mundo masista no haya logrado hacer morder el polvo de la derrota a Carlos Mesa, Luis Fernando Camacho y los suyos.
Triunfó el MAS a pesar de la labor de desestabilización de la OEA y el títere Luis Almagro, organización definida como el Ministerio de colonias de Estados Unidos. El MAS triunfó a pesar de fuerzas poderosas en su contra, porque la marcha justa no tiene freno posible.