Por Luis Manuel Arce Isaac
México, 1 dic (Prensa Latina) Este 1 de diciembre se cumplen dos años de la asunción de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México, luego del tercer intento electoral en junio de 2018.
Más de 30 millones de mexicanos votaron por él y refrendaron de esa manera su propuesta de cambiar el país desde sus bases mediante una cuarta transformación de la vida nacional, siguiendo los patrones históricos de tres anteriores, todas violentas.
Ellas fueron la de 1810 con el Grito de Dolores de Miguel Hidalgo, la de la reforma con Benito Juárez y la de Francisco Madero y Emiliano Zapata en 1910 con la Revolución Mexicana.
Esta es la única que se realiza en santa paz, y en lugar de pólvora y balas se hace a pensamiento, pero una guerra al fin y al cabo que tiene también su cuota de sufrimientos para los ciudadanos como las anteriores.
La oposición recurre a todas las armas posibles, menos las de metralla, para derrocar o impedir las transformaciones mediante un programa político, cuyo centro es la batalla contra la corrupción y la impunidad.
Sin embargo, para algunos observadores no se trata de una transformación de tintes revolucionarios tan marcados como las tres anteriores que buscaban la independencia de España una, los valores democráticos la segunda, y los derechos a la tierra la tercera con Zapata y su Plan Ayala, pero todas enmarcadas en una afirmación de la mexicanidad.
En esto último hay una identificación de la cuarta transformación con las anteriores, pues el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se afinca en ese precepto para arrancar de las fauces del neoliberalismo los valores morales y espirituales, y junto a ellos los económicos y financieros, después de una apropiación privada ilícita destructora por parte del capital privado nacional y extranjero.
Su centenar de compromisos adquiridos en la ceremonia de asunción un día como hoy de 2018 en el Zócalo capitalino «ya casi todos cumplidos», su férrea decisión de moralizar el país desde sus cimientos, el rescate de las riquezas naturales, en particular el petróleo, y sus programas sociales de bienestar como vía para una nueva redistribución de los bienes, se han visto obstruidos por la pandemia.
El coronavirus SARS-CoV-2 compite a brazo partido con una oposición política desmembrada, dispersa, llena de contradicciones, sin líderes y extremadamente desacreditada por la corrupción, dirigida a dañar profundamente a un gobierno de nuevo tipo.
Gobierno que pese a los claroscuros propios del proceso social y político de ese escenario, marca una diferencia enorme con todo lo ocurrido en el país después de la Constitución de 1917, máximo fruto de la Revolución Mexicana.
La batalla contra la corrupción y la impunidad es la estrella polar de los nuevos tiempos en la nación, y la propia Carta Magna de 1917 ya refleja en sus contenidos las nuevas luces de otra época, pues han sido tantas las reformas que de aquel viejo pergamino solo queda el esqueleto y, como gusta decir a López Obrador, sin dispararse ni un solo tiro.
Lamentablemente la inesperada aparición del nuevo coronavirus, para el cual todavía no hay antídoto, vino a entorpecer los cambios sociales aun en marcha.