Por Mario Muñoz Lozano
Moscú, (Prensa Latina) Lo siento, soy de los que descubrió el ballet gracias al Bolshoi y al sexo. O viceversa. No recuerdo cuál fue primero.
Sí estoy seguro que ese día me encandilaron, más que todo, las piernas de las bailarinas, además de la belleza y plasticidad de sus movimientos.
Corría 1982 y hasta ese momento el ballet había sido algo distante y limitado para mí por aquello de que «no es cosa de hombres», como me alertaban algunos «machos alfa» mayores que yo, en la misma cuerda de otros clisés como «los hombres no lloran». No tuve suerte de que en mi infancia y adolescencia me enseñaran lo contrario.
Así llegué a los 20 años, repleto de machismo, cuando Natacha, mi nueva novia moscovita, fanática a la danza, me introdujo en su mundo, en el cual no cabía que un cubano no hubiera visto bailar a Alicia Alonso.
A partir de ese momento las visitas al teatro Bolshoi (Gran Teatro, en ruso) se sucedieron y nuestra pasión mutua también creció al compás y ritmo de aquella danza que encontró gran público y notables exponentes desde su irrupción en Rusia en el siglo XVIII.
Entonces Marius Petipa, el gran coreógrafo francés, llegó a San Petersburgo para enriquecer uno de los pasatiempos predilectos de los zares, creando un nuevo estilo que marcaría una época dorada del ballet en ese país hasta nuestros días, con figuras relevantes como Mijaíl Barýshnikov, Anna Pávlova, Rudolf Nurejev y Maya Plisetskaya.
En todo ese avance mucho tuvo que ver la prestigiosa sala ubicada en la calle Teatralnaya, de Moscú, a pocas calles de la plaza Roja, inaugurada el 18 de enero de 1825, y que con el paso del tiempo creció como compañía de teatro, danza y ópera.
Fundada en 1776 por el príncipe Piotr Urusov y el empresario inglés Michael Maddov, la compañía se presentó en un espacio privado hasta 1780, cuando Maddov construyó un nuevo teatro donde estuvo el Petrovsky hasta su incendio en 1805.
El edificio actual fue construido 20 años después en el mismo lugar del siniestro y su auditorio fue revestido con finas maderas, destacándose por tener una de las mejores acústicas del mundo y sus mil 800 capacidades lo convirtieron en el segundo teatro más grande de Europa después de La Scala de Milán. En lo adelante, sus salas de ballet y ópera fueron valoradas entre las más importantes del mundo.
Mi bautizo de aquella época en el Bolshoi cobró ínfulas de gran acontecimiento con el paso de los años ※cuando uno respeta más lo vivido※, sobre todo ahora que volví a la capital rusa, cuatro décadas después, y choque con una ciudad transformada, muy europea, cultural, turística y moderna.
De nuevo bajo el umbral de su majestuosa fachada neoclásica, soportada por imponentes columnas de piedra caliza coronadas por una escultura de Apolo ※dios griego de la poesía, las artes y las musas※ dirigiendo una cuadriga a galope, comprendí, en medio del frío invierno moscovita, que soy un privilegiado.