Connecticut, EEUU. (Prensa Latina) Dos «putschistas» que trataron de revertir con la ayuda de fanáticos furibundos una clara derrota electoral. Trump a orillas del Potomac, Bolsonaro en el litoral del bello embalse Paranoá. Los dos merecen ir a la cárcel.
José R. Oro*, colaborador de Prensa Latina
El expresidente Jair Bolsonaro de Brasil organizó y supervisó una amplia conspiración para mantenerse en el poder independientemente de los resultados de las elecciones de 2022, incluida la redacción personal de una propuesta de orden para arrestar a un juez de la Corte Suprema, según acusaciones reveladas en febrero 8 por la policía federal brasileña.
Bolsonaro y docenas de altos asesores, ministros y líderes militares trabajaron juntos para socavar la fe del pueblo brasileño en las elecciones y preparar el escenario para un posible golpe de estado. Sus esfuerzos incluyeron difundir desinformación sobre fraude electoral, redactar argumentos legales para nuevas elecciones, reclutar personal militar para apoyar un golpe, vigilar a los jueces y alentar y guiar a los manifestantes que finalmente asaltaron edificios gubernamentales, dijo la policía federal.
Las explosivas acusaciones estaban contenidas en una orden judicial de 134 páginas que autorizó una amplia operación de la policía federal contra el ex mandatario y alrededor de dos docenas de sus aliados políticos, entre ellos el ex ministro de Defensa, el ex asesor de seguridad nacional, el ex ministro de Justicia y el ex jefe de la Armada. La operación involucró órdenes de allanamiento y arresto para cuatro personas, incluidos dos oficiales del ejército y dos de los principales ex asistentes presidenciales.
A Bolsonaro se le ordenó entregar su pasaporte, permanecer en el país y no tener contacto con ninguna otra persona bajo investigación. No obstante, dijo que era una víctima inocente de una operación con motivaciones políticas. «Dejé el gobierno hace más de un año y sigo sufriendo una persecución implacable», declaró el ex presidente a Folha de Sao Paulo, un periódico brasileño.
Durante más de un año antes de las elecciones de 2022 en Brasil, trató de confundir al pueblo, sembrando dudas sobre la seguridad de los sistemas electorales y de la veracidad de los resultados y advirtió que si perdía sería consecuencia de un fraude. Cuando, de hecho, perdió ante el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, se negó a ceder el poder de forma ordenada y sus partidarios organizaron protestas que duraron meses y culminaron en un feroz motín en enero de 2023 en el Congreso, la Corte Suprema y las oficinas presidenciales de Brasilia.
Bolsonaro ya ha sido declarado inelegible para postularse para un cargo público hasta 2030 por sus intentos de socavar los sistemas de votación y el funcionamiento democrático de Brasil. Ahora podría enfrentarse a un arresto y un proceso penal. Lula dijo en una entrevista radial que esperaba que la investigación sobre fuera justa e imparcial. »Lo que quiero es que Bolsonaro tenga la presunción de inocencia, que yo no tenía». Lula cumplió 580 días de prisión por cargos de supuesta corrupción que fueron anulados después de que la Corte Suprema de Brasil dictaminara que el juez en sus casos había sido parcial en su contra.
Las acusaciones reveladas en febrero 8 exponen cómo el ex presidente y sus aliados intentaron subvertir la joven democracia de Brasil, incluidos detalles alarmantes para un país que fue gobernado por una dictadura militar de 1964 a 1985. En un momento de noviembre de 2022, después de que Bolsonaro perdiera las elecciones, pero aún era presidente, Filipe Martins, un alto asesor, le llevó un proyecto de documento legal en que se afirmaba que la Corte Suprema de Brasil había interferido ilegalmente en los asuntos del poder ejecutivo y se ordenaba el arresto de dos jueces de la Corte Suprema y del presidente del Senado y convocaba a nuevas elecciones.
El aún presidente Bolsonaro hizo algunos cambios en el borrador para que solicitara el arresto de sólo uno de los jueces de la Corte Suprema, dijo la policía. Una vez que se actualizó el documento, llamó a los principales líderes militares a la residencia presidencial para presentárselo e impulsar un golpe de estado.
El juez de la Corte Suprema que habría sido arrestado bajo esa orden fue Alexandre de Moraes, el mismo que ha supervisado las investigaciones sobre Bolsonaro y sus aliados durante años, lo que lo convierte en uno de los archirrivales del ex presidente.
Moraes emitió la orden judicial autorizando los arrestos y las acciones policiales el 8 de febrero. La orden reveló que la policía federal también descubrió evidencia de que dos de los asistentes de Bolsonaro habían monitoreado los viajes de Moraes en caso de que el gobierno intentara arrestarlo. En la orden judicial, dijo que la precisión con que los conjurados conocían su agenda sugería que podrían haber estado usando tecnología para vigilarlo.
La policía federal ha acusado por separado al hijo de Bolsonaro y al exjefe de la agencia de inteligencia de Brasil de utilizar software espía israelí, entre otras herramientas, para vigilar a los enemigos políticos del expresidente, incluido Moraes.
La orden judicial revelada el jueves también detalla una reunión en julio de 2022, tres meses antes de las elecciones, en la que Bolsonaro ordenó a altos funcionarios del gobierno y líderes militares que difundieran denuncias de fraude electoral, a pesar de la falta de pruebas. »De ahora en adelante, quiero que cada ministro diga lo que yo voy a decir aquí», dijo Bolsonaro en la reunión, según una grabación obtenida por la policía.
A orillas del Potomac. Un golpista exitoso necesita cierta cuota de talento.
Desde los acontecimientos en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, se ha producido un intenso debate sobre cómo llamarlos. Que hubo un motín (putsch, asonada, revuelta, algarada, pogrom) es bastante obvio y, en general, no genera controversia. Referirse a ello como el asalto al Capitolio también parece innegablemente exacto. En un entorno gubernamental formal, la Cámara utilizó la frase «ataque al Capitolio de los Estados Unidos» en la descripción oficial del comité del 6 de enero. Ésta es una descripción cínicamente neutral. Pero el meollo de la cuestión no sólo es lo que pasó, sino que esto se hizo como parte de las decisiones del entonces (aun) presidente Donald Trump. Es decir que fue un complot de Trump para anular las elecciones mediante la violencia. ¿Fue esto un intento de golpe de Estado?
El debate se centra en que todo el asunto fue simplemente demasiado mal organizado, delirante y torpemente planificado para contar como un intento de golpe real y serio. Y, de hecho, es innegable que todo el esfuerzo, de principio a fin, fue un absurdo, no una conspiración bien formada con posibilidades realistas de éxito. También es correcto señalar que las instituciones resistieron, la Constitución no sucumbió y finalmente prevaleció (precariamente) el Estado de derecho.
En comparación con los típicos intentos de «golpe», no hubo tanques en las calles, ninguna fuerza militar tomó el poder, ninguna junta de generales haciendo pronunciamientos políticos y ningún éxito real en reclutar a ninguna parte del ejército, que el gobierno en su conjunto (ni siquiera el vicepresidente M. Pence) actuara con el objetivo de mantener a Trump en el cargo por la fuerza. En esta dramática prueba de estrés político, a Estados Unidos le fue comparativamente mejor que a otros países en circunstancias semejantes.
Pero ninguno de esos aspectos, como tal, realmente excluye la etiqueta de «intento de golpe». Para llegar a una conclusión al respecto, debemos fijarnos en los objetivos de la trama, no en la competencia con la que se ejecutó. En resumen, el motín en el Capitolio no puede considerarse de forma aislada.
¿Qué es un golpe de estado en realidad?
Para empezar, necesitamos alguna definición de golpe y, por tanto, de qué significa intentarlo. Un punto de partida razonable sería la toma extralegal del poder . El objetivo final de un golpe es colocar a alguna persona o grupo de personas en control del Estado, específicamente, personas que de otro modo no estarían en esa posición bajo el funcionamiento ininterrumpido del derecho constitucional existente. Los dos elementos irreductibles son la toma del poder y hacerlo ilegalmente.
No hablamos de la Revolución Cubana como de un golpe de estado; fue una revolución del pueblo para el pueblo, que exigió una larga y heroica lucha contra decenas de miles de esbirros armados hasta los dientes.
Tampoco la Revolución de Octubre (que tuvo su clímax con la toma del Palacio de Invierno el 7 de noviembre de 1917), fue un golpe de estado de los guardias rojos y los marinos del Báltico.
Los golpes de estado suelen ser breves: horas, días, quizás semanas como máximo. Un golpe no es tanto ocupar territorio, más de tomar el control físico de la sede del gobierno. Lo vimos en el Maidan (Kiev – 2014)
En la mayoría de los casos, esto implica que los militares no sólo acepten el resultado de un golpe, traicionando su deber constitucional, sino que participen activamente en el mismo. Aun así, un golpe militar no es el único tipo de golpe. Un golpe palaciego, por ejemplo, podría implicar únicamente el apoyo de la guardia palaciega.
Pensemos en el Putsch de la Cervecería de Adolf Hitler, en la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini. Estos fueron intentos por parte de grupos organizados que actuaban fuera del aparato estatal existente y del proceso legal normal para tomar por la fuerza la sede del poder e instalar allí a sus propios líderes. Tales acontecimientos son paradigmas de golpes o intentos de golpe de estado.
Un golpe tampoco implica necesariamente violencia, aunque la amenaza de ella está ahí. Esta posibilidad es particularmente relevante para el tipo de golpe del que hablamos cuando se trata de un Trump o Bolsonaro: un autogolpe, en el que un jefe de Estado en ejercicio lidera la acción contra el orden constitucional existente.
En resumen, la definición central de un golpe (desde el punto de vista del modus operandi) implica que un grupo tome el poder por medios extralegales. La participación activa de los militares, el uso de la violencia o la existencia de una conspiración bien planificada y plausiblemente viable son factores adicionales, pero la falta de cualquiera de estas cosas no es determinante. Algunos golpes son incruentos. Algunos golpes no implican la participación activa de los militares. Y algunos intentos de golpe terminan por ser farsas (como el 23 – F en España).
Es el objetivo, no la competencia o la estructura
Después de que terminaron las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 y, a más tardar, después de que el Colegio Electoral votó a mediados de diciembre y se agotaron todas las apelaciones judiciales de Trump, nunca hubo ninguna forma legal para que Trump permaneciera en el poder. Es este aspecto de los acontecimientos del 6 de enero el que hace que referirse a ese día como un simple motín sea insuficiente, ya que no trasmite los objetivos profundamente antidemocráticos de tales hechos.
Estados Unidos sufrió un intento de golpe a manos del expresidente, pero este intento de golpe no se limitó a lo realizado por la turba de partidarios de Trump en el Capitolio. Más bien, todo el esfuerzo por anular las elecciones en su conjunto fue un intento de golpe. El 6 de enero fue su culminación, pero también el momento de su fracaso final, después del cual su líder admitió la derrota y efectivamente se rindió.
Una comprensión más amplia del intento de golpe incluye que algunos en el Congreso como los senadores Ted Cruz (notorio anti cubano), Josh Hawley y otros negaron la validez del conteo de votos electorales de los estados. Ellos participaron o colaboraron con Trump en el intento de golpe.
Al final, Trump no logró ordenar a las agencias gubernamentales y a las fuerzas armadas que lo mantuvieran en el poder por la fuerza, pero no fue por falta de intentos. Se negó a pedir a la Guardia Nacional que retomara el Capitolio, retrasando esa acción durante varias horas hasta que el secretario de Defensa en funciones finalmente lo hizo por su propia autoridad. Y Trump intentó, en repetidas ocasiones, ordenar a los Departamentos (Ministerios) de Justicia, Defensa y de Seguridad Nacional que intervinieran ilegalmente y por la fuerza en su nombre. Estas órdenes fueron rechazadas, pero esa negativa lo hace un golpe fallido, no que no se intentó un golpe. Es la ilegalidad de tal objetivo, no la precisión de su ejecución, lo que lo convierte en un intento de golpe.
El motín en el Capitolio fue sólo una pieza- la pieza final- de un multifacético intento fallido de derrocar la Constitución de los Estados Unidos, dirigido por el presidente y destinado a instalarse como un autócrata no electo. Llamarle intento de golpe transmite adecuadamente cuán grave fue, describe con precisión lo sucedido y muestra la criminalidad de su autor principal, Donald J. Trump. Y le debe ser aplicada con todo su rigor la Enmienda 14 de la Constitución de los EE.UU.
En realidad, aunque sean más o menos mellizos como ellos (al menos espiritualmente), Trump y Bolsonaro son muchísimo peores que Rómulo y Remo (1) que no eran ningunos angelitos ellos mismos. No fundaron nada en su vida (Âímucho menos a Roma!), trataron de arruinar todo. Lo que tienen en común es que los cuatro fueron, al parecer, amamantados por una loba.
Dedico este artículo al insigne cineasta e intelectual brasileño Glauber Rocha: Te aseguro irmão, que pese a los Trump y Bolsonaro de este mundo, Manuel y Rosa llegarán pronto al mar.