En su libro Santa Anna y Juan Álvarez frente a frente, Fernando Díaz y Díaz, cuenta qué en una ocasión Lorenzo de Zavala se refirió a Santa Anna como «Un hombre que tiene en sí un principio de acción que le impulsa siempre a obrar y como no tienen principios fijos ni un sistema arreglado de conducta pública, por falta de conocimientos, marcha siempre a los extremos en contradicción consigo mismo».
Hace ya cuatro años que se eligió como presidente de México a Enrique Peña Nieto, quien a lo largo de su gestión nos ha demostrado que es un hombre que encaja muy bien en la anterior descripción. Peña Nieto ha pretendido reinstaurar los peores tiempos del presidencialismo priísta y su gobierno ha sido una decepción.
La administración del mexiquense contrasta con sus promesas y con sus discursos. El político que se atrevió a realizar 266 compromisos a lo largo de su campaña, signarlos ante notario público y enfundarse en el eslogan de «te lo firmo y te lo cumplo», hoy queda exhibido como un hombre limitado por sí y por sus circunstancias, con ganas de hacer algo, pero sin idea de qué hacer, lo que hace evidente que no existe un plan de gobierno y si éste alguna vez existió la realidad lo superó y no hubo capacidad para adecuarlo o sustituirlo. Vergonzosa realidad de un hombre que nos muestra que su palabra y su firma valen menos que el papel en que se escribieron.
A cuatro años, el presidente se ve pasmado, arrinconado, reacciona tímido y la congruencia y firmeza, tan necesarias en un buen gobernante, se ven sustituidas por el más triste síndrome de la chimoltrufia, con un ejecutivo que asÍ como dice una cosa, dice otra.
Hoy, en el gobierno del presidente Peña corre la falsa idea de que el discurso puede ocultar la realidad, de que a través de tuits se puede marcar la ruta de la gestión. Parece que esta administración no se da cuenta que los resultados de los gobiernos se deben de ver, no de leer, al igual que una sinfonía la tenemos que escuchar para juzgarla, pues no basta con leer la partitura.
Enrique Peña Nieto, desde el primer día de su gestión estableció cinco ejes de trabajo: -Un gobierno de paz; -Combatir la pobreza y reducir la brecha de la desigualdad; -Educación de calidad para todos; -México próspero con crecimiento económico y -Lograr que México sea un actor con responsabilidad global. En cada uno de estos ejes, la gestión ha sido un fracaso.
Este gobierno no sólo ha sido incapaz de regresar la paz al país, sino que la falta de una estrategia real y efectiva en materia de seguridad pública ha permitido que los delincuentes regresen a las ciudades de donde en el sexenio pasado costo mucha sangre sacarlos. Además, las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad pública del Estado Mexicano se han visto involucradas en hechos preocupantes, vergonzosos y deplorables.
Los casos de Tlatlaya y Tanhuato son muestra del descontrol existente en la estrategia de seguridad, del uso indiscriminado de la fuerza y de cómo el Estado sanguinario surgió en este sexenio y no en el anterior. Iguala es muestra de que el crimen organizado -cuyo combate es competencia federal- se encuentra inmerso ya en instituciones de gobierno; mientras que los casos de los bloqueos de vialidades y las humillaciones que han sufrido los elementos de la policía federal son la imagen de la realidad en un país en el que nuestras policías cuando no dan miedo dan risa, pero ya no inspiran respeto. Parte de esta responsabilidad se le debe atribuir al comisionado Enrique Galindo, que ha demostrado su incapacidad en el cargo y que lleva en su currículum con su fracaso como Secretario de Seguridad Pública en San Luis Potosí, en una gestión que duró sólo 16 meses.
Pero la responsabilidad más grande es de un ejecutivo que no ha sabido organizar ni una estrategia eficaz ni un cuerpo policiaco eficiente, sustituyendo esa ausencia de medios con el envío de las fuerzas militares, cuya preparación no es para funciones policiacas. Nos espantamos con cada noticia de tiroteos en Estados Unidos, donde la tasa de muertes violentas por millón de personas es de 31.2, pero ignoramos el hecho de que en México esa tasa es de 121.7.
El ejecutivo ha fracasado también en el combate a la pobreza y la reducción de la brecha de la desigualdad.
De acuerdo al más reciente informe del CONEVAL, la pobreza aumentó en los dos primeros años de este sexenio y según un reciente dato del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 4 millones de mexicanos sufren de pobreza ultraextrema, al sobrevivir con menos de 1.25 dólares diarios y 30 millones lo hacen con entre 1.25 y 4 dólares al día.
Sin embargo, no tardará el gobierno en presumir el falso logro de una reducción en la pobreza rural que se deberá al aumento del monto que se recibe por remesas, así como la depreciación del peso, por lo que habrá que poner especial atención a la pobreza urbana, que será la que más resienta el incremento de precios, la pérdida de empleos así como la disminución real del ingreso de los mexicanos. Al primer trimestre de este año, la población ocupada que tiene un ingreso igual a un salario mínimo llegó a los 7 millones 894,712 personas, 18.6% más que hace un año, mientras que quienes tienen un ingreso de 3 a 5 salarios mínimos alcanzó los 6 millones 349,291 mexicanos, 16.9% menos que en el 2015.
Por otra parte, a nada de cumplir dos tercios de este sexenio, la idea de llevar una educación de calidad para todos, está muy lejos de ser una realidad.
Se inició con una reforma educativa, que tuvo más de laboral y que hoy es muy criticada, pues no ha podido aplicarse al cien por ciento. El punto toral de esta es la evaluación de los profesores, que no ha dado los resultados esperados y aunque ha hecho evidentes las grandes deficiencias en el magisterio, no existe garantía de que las acciones que se toman ante esto vayan a dar los resultados que se necesitan. Aunados a ello no se ha dado un replanteamiento de los programas educativos que preparen a la niñez de hoy para los retos del mañana, que los formen éticamente para rechazar los vicios y la corrupción y los vinculen al uso de la tecnología para ser más competitivos. Algo que urge cambiar es esa realidad de ser de los pocos países que no tenemos un verdadero programa de ciencias para los planes de estudio de nivel primaria.
Además, urge un replanteamiento en la oferta de educación superior y media superior. No es posible que en nuestro país tengamos abogados, contadores o maestros vendiendo chucherías o científicos con doctorado conduciendo taxis o preparando tacos. Es necesario que el cupo en determinadas escuelas del sistema educativo vaya en relación con las necesidades del mercado, abriendo programas de estudio en carreras técnicas.
En lo referente al México próspero con crecimiento económico, la realidad muestra una grave deficiencia gubernamental en la materia. Si bien es cierto que en los sistemas de libre mercado el crecimiento económico no depende del gobierno, en los hechos las políticas fiscales del gobierno, tanto de recaudación como de gasto han representado un freno para la economía nacional.
La reforma fiscal no fue más que una medida recaudatoria que incrementó la carga impositiva sobre los mismos contribuyentes. Por cálculos políticos se declinó la oportunidad de lograr una verdadera reforma con la que se combatiera la informalidad, permitiendo que la base de contribuyentes se ampliara y los impuestos fueran equitativos.
Por otra parte, en materia de gasto, este no se reorganizó. Más allá de que el anuncio de un presupuesto «Base cero» no fuera más que una vacilada, vemos como el presupuesto se destina, en su mayoría, a gasto corriente o a sostener un gran número de programas sociales que van generando corrupción y fortaleciendo la clientela política, sin representar un verdadero cambio de vida para los beneficiarios, esos millones de mexicanos que necesitan oportunidades y no limosnas.
Aunado a ello, está el problema de la deuda pública que no ha dejado de crecer hasta alcanzar casi el 47% del PIB. Sólo la deuda externa del gobierno en los últimos cinco meses aumentó 11,200 millones de dólares a un saldo de 172,800 millones de dólares, más de tres billones de pesos. Al cierre de mayo el gobierno pagó 101,175 millones de pesos por intereses de la deuda, 17.7% más respecto al año 2015. Y hemos caído en el absurdo peligroso de que hoy el país pide prestado para pagar los intereses de otros préstamos.
El aumento de la deuda y la debilidad de las finanzas públicas han presionado la moneda mexicana, pues los inversionistas empiezan a perder el gusto por el país, lo que lleva a tomar medidas que en nada favorecen al crecimiento, como el recorte al gasto y el aumento de la tasa de referencia.
El recorte al gasto es otra medida mal instrumentada. Datos del Centro de Investigación Económica y presupuestaria señalan que parte del recorte presupuestario se ha aplicado en unidades inexistentes y en conceptos que ni siquiera tenían presupuesto. Por otra parte la reducción de la inversión física afectará el crecimiento, porque esta es un detonante del mismo. De enero a mayo de 2016 la inversión física del sector público sumó 278,478 millones de pesos, 18.8% menos, en términos reales, que en igual periodo de 2015. Y aunque se habla mucho de que la mayor parte de los recortes son a gasto corriente, es necesario tener un mayor detalle, pues los salarios de médicos, maestros y enfermeras, también son gasto corriente.
Por último, México no es un actor con responsabilidad global.
Tenemos un presidente viajero, pero nuestro país tiene en el extranjero la imagen de la represión, la violencia y el crimen. No hay sitio que visite Peña Nieto en el que no se formen protestas por su visita y se reclamen las violaciones a los derechos humanos. El gobierno se ha enemistado con los organismos internacionales de protección a estos derechos y a cada crítica se les responde como si fuera una ofensa.
El presidente ha pisoteado la tradición diplomática mexicana, como cuando le dió su apoyo a la India para ingresar al Grupo de Proveedores Nucleares, aún cuando desde 1996, junto con Pakistán y Corea del Norte, este país ha realizado indebidos ensayos nucleares y no tiene signada ninguna convención contra el desarme.
Nuestro país es hoy una nación sin rumbo y se está acabando el tiempo para que esta administración gobierne y pueda ser algo diferente a lo que hasta ahora ha sido: un fracaso, se vea por donde se vea.
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