Portobelo, Panamá, 21 oct (PL) Cuentan que el Cristo Negro de Portobelo llegó de manera fortuita a esta añeja villa del Caribe panameño, allá por 1658, aunque algunos fijan el 21 de octubre su arribo, aún sin estar documentado.
Rápido se difundieron los milagros del Nazareno, que ocupó un altar en la iglesia local dedicada a San Felipe, y con la misma agilidad se inició desde entonces la peregrinación de fieles que convierten su novena en una suerte de fiestas con sufrimientos.
Algunos devotos sienten que deben pagar sus promesas con martirios corporales en los límites de dolorosas torturas, unas veces con constantes azotes, otras caminando largos trechos de rodillas o arrastrando pesos, sin lamentarse por magulladuras y sangramientos.
Muchos peregrinos anduvieron a pie más de siete horas desde Sabanitas, a 35,7 kilómetros de distancia, porque así agradecen al santo benefactor, que desde su altar mira triste, porque ese fue el semblante que le dejó impreso el artista anónimo europeo, allá por el Siglo XVII.
Penitencias extremas como pago a quién sabe qué milagros concedidos, ofrendas onerosas tras desprendimientos sinceros, rezos, cantos y alegría, se mezclan este jueves entre los fieles del Cristo que celebran su aniversario.
La añeja villa tiene una hermosa bahía, donde recaló Cristóbal Colón el 2 de noviembre de 1502 durante su cuarto viaje a las Américas, y en sus márgenes el colonizador Francisco Velarde y Mercado, en marzo de 1597 fundó San Felipe de Portobelo (Puerto Bello) en honor al rey Felipe II de España.
De cómo llegó la imagen a este lugar no existe documentación alguna que lo explique, ni cómo se inició su fama de milagrero, pero hay leyendas trasmitidas por la oralidad popular, y cada una de ella tiene devotos que la cuentan como real en su imaginario religioso, mientras desechan las demás.
Con mucha fe algunos aseguran que un barco se refugió de la tormenta en el puerto, pero después, cada vez que intentaba zarpar, situaciones inexplicables lo obligaban a regresar, hasta que botó al mar un baúl y pudo entonces poner rumbo a su destino, que era Cartagena de Indias.
Seguidamente unos pescadores encontraron la caja y cuando la abrieron vieron que era una imagen del Nazareno que descansa desde entonces en la iglesia.
La confusión de pedidos pareciera lo más creíble, pues relata otra leyenda de que desde la sureña isla Taboga, en el Pacífico, pidieron a un artesano español la imagen del Cristo Negro, lo que coincidió en el tiempo con otra solicitud de Portobelo para la confección de un ídolo de San Pedro.
En las entregas se cruzaron las órdenes, pero cada vez que intentaron corregir el error, hechos casuales lo impedían y así fue como ambos santos quedaron en los lugares donde actualmente se les adora.
Otra historia refiere de una epidemia de viruela o cólera que azotaba a la población, y desde la llegada fortuita del Cristo Negro desapareció la enfermedad justo un 21 de octubre y desde entonces prometieron sacarlo en hombro por las calles cada año como agradecimiento.
Contados de boca en boca, los prodigios del Naza, como cariñosamente lo llaman, se difundieron por las comarcas vecinas y allende los mares, y miles de creyentes cada año se dan cita en la pequeña Portobelo, 115 kilómetros al noreste de Ciudad Panamá, antaño el más importante puerto de la Corona Española para el trasiego de oro y plata.
Mixila González cree en los milagros del Cristo, porque le concedió tener a su hijo, por eso es devota a la deidad venerada por los panameños.
También lo conocen como El Cristo de los Maleantes, por la cantidad de delincuentes que vienen a su novena a agradecerle. Unos porque finalmente fueron liberados de la cárcel, otros porque supuestamente los protegió de los delitos cometidos, cuenta Mixila, quien se apresura en afirmar que el santo escucha a todos.
Habla con devoción y señala al ídolo de tez negra vestido de morado, que desde su altar mira a los presentes, mientras carga una cruz de madera, proporcionalmente muy pesada para el tamaño de la figura.
La habitual procesión de las celebraciones comienza cuando se oculta el sol y termina a la medianoche, y durante ese tiempo al Nazareno lo pasean por las pocas calles del pueblo, al ritmo de cánticos, música y una danza de balanceos a los lados, tres pasos atrás y cuatro adelante.
Una canción del desaparecido músico puertorriqueño Ismael Rivera, da fe de la devoción de muchos famosos, principalmente cultores de lo popular, como Gilberto Santa Rosa y Cheo Feliciano, también boricuas, quienes en ocasiones asistieron a las fiestas de octubre.
«En la Iglesia de San Felipe de Portobelo / está el negrito que cargamos con celo», es el coro de la canción El Nazareno, que compuso Rivera a ritmo de salsa, la que cantarán los feligreses acompañados de maracas, tumbas y cencerros esta noche de octubre, la 368 desde la llegada del hacedor de milagros.
Cristo Negro de Portobelo: el hacedor de milagros
Por Osvaldo Rodriguez Martinez