Washington, 12 sep (PL) Rusia, presencia constante en la actual administración estadounidense, vuelve a ser noticia hoy por reportes que, sin pruebas, apuntan al país euroasiático como presunto responsable de incidentes de salud declarados por diplomáticos norteamericanos en Cuba.
La estrategia de culpar a Moscú por diferentes hechos, incluso los más inverosímiles, no es para nada novedosa entre dos naciones que desde la primera mitad del siglo XX han estado marcadas por la confrontación.
Incluso antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el 20 de enero de 2017, quien leyera los titulares en la prensa norteamericana se daba cuenta de que Rusia volvía a ser el «villano habitual».
Las acusaciones de que Moscú interfirió en las elecciones norteamericanas de 2016, una acción negada continuamente por el Kremlin, se convirtieron en una aceptación colectiva y sin cuestionamientos de que esa nación atentó contra los comicios, y dieron lugar a una pesquisa aún en curso.
Esa investigación, que también analiza una presunta complicidad con la campaña de Trump, aparece de algún modo todos los días en las noticias, junto a reportes sobre sanciones impuestas al país euroasiático o ataques contra casi cualquier tema vinculado con ese territorio.
Parecía cuestión de tiempo entonces que en el asunto de los incidentes de salud de los diplomáticos en La Habana, eventos que tras más de un año y medio de investigaciones siguen sin tener una causa o culpable reconocido, se comenzara a implicar directamente a Moscú.
Este martes la cadena NBC divulgó que, según funcionarios norteamericanos anónimos, las agencias de inteligencia consideran a Rusia como el principal sospechoso de esos hechos a los que el Departamento de Estado insiste en calificar de ataques, pese a admitir que desconoce qué los provocó.
Se levantan sospechas
«La sospecha de que Rusia está detrás de los supuestos ataques está respaldada por evidencia obtenida de comunicaciones interceptadas, conocidas en el mundo del espionaje como señales de inteligencia», indicó la televisora en su página digital.
Sin embargo, el propio medio señaló que los funcionarios se negaron a dar detalles sobre la naturaleza de la inteligencia, y sostuvo que «la evidencia aún no es lo suficientemente concluyente para que Estados Unidos asigne de manera formal la culpa a Moscú».
No importa que el Departamento de Estado haya expresado luego que sigue investigando el tema, y que continúa sin tener una causa conocida, o un individuo o grupo que se considere responsable.
La vocera de esa agencia federal, Heather Nauert, manifestó a los medios que sean muy escépticos con respecto a los reportes sobre el tema y las declaraciones atribuidas a funcionarios en este momento.
Nuestra posición no ha cambiado. La investigación está en curso. No hemos asignado ninguna culpa y seguimos investigando esto, así que quiero ser muy clara al respecto, remarcó a la prensa.
De cualquier modo, el objetivo de quienes dieron la información se cumplió: el tema acapara titulares, muchos medios lo dan como cierto aunque no cuenten con pruebas, y la opinión pública sigue moldeándose al estilo más habitual de la Guerra Fría.
La versión de que Moscú estaría detrás de los incidentes se une a la larga lista de teorías acerca de los padecimientos que dijeron sufrir los norteamericanos en la isla caribeña, caracterizados por síntomas como mareos, y problemas de memoria y audición.
Con esta historia de los problemas médicos, que parece haberse alimentado mucho con elementos de la ciencia ficción, se ha hablado de armas sónicas, virus, emisiones de microondas o neuroarmas, hipótesis todas que se han ido desmontando por diferentes vías, fundamentalmente científicas.
En medio de un contexto político fuertemente caldeado contra el país euroasiático, en el que el propio Trump ha sido fustigado por su encuentro con el presidente ruso, Vladimir Putin, apuntar hacia Moscú con este tema podría ser una forma de buscar apoyo público para un asunto que incluso sectores estadounidenses se cuestionan.
Los problemas de salud fueron usados como argumento por la administración norteamericana para retirar a la mayor parte del personal de su embajada en La Habana, suspender la emisión de visas allí y expulsar a 17 diplomáticos cubanos de esta capital, fuertes golpes para el proceso de acercamiento bilateral iniciado en 2017.
De ahí que tanto Cuba como voces estadounidenses denuncien que esta cuestión se ha politizado para justificar medidas que convienen a figuras totalmente opuestas a la apertura entre ambas naciones.
El Gobierno de la isla ha reiterado continuamente que nunca ha perpetrado ni perpetrará ningún acto contra diplomáticos estadounidenses ni de otra nacionalidad, algo que ratificó el director general de Estados Unidos de la cancillería, Carlos Fernández de Cossío, a raíz de los recientes reportes.
«Artículo de NBC se presta juego peligroso. Insinuar conspiraciones de terceros países en Cuba sin evidencias o fundamento, citando fuentes sin nombres e inventando intrigas. En Cuba no se ataca a diplomático alguno, de ningún país y por ningún país», escribió en Twitter.
En esa misma plataforma el funcionario manifestó en inglés que se trata de un esquema malintencionado y totalmente infundado.