Casi todos los seres humanos alguna vez en su vida han cometido un acto precipitado, un impulso generado por la adrenalina del enojo, excitación y tristeza, cualquier sentimiento extremo que implique riesgo. Algunas personas son más propensas a este tipo de conductas, eso ya dependerá de su personalidad, las cuales Hipócrates las dividía en 4: sanguíneo (aire), flemático (agua), colérico (fuego) y melancólico (tierra), cada uno se encuentra asociado a elementos naturales.
El primero corresponde a personas optimistas y que persiguen el placer inmediato. El flemático es un individuo sosiego, perseverante y ejerce un buen rol de liderazgo, es por ello que logra sus metas con facilidad. Los coléricos son duros de carácter, sin temor, pero firmes en sus decisiones y también para ser líderes; sin embargo, son propensos al conflicto. Por último, el melancólico es muy vulnerable, creativo e introspectivo, la reflexión es el arma de su análisis. Todos los sujetos pueden tener características de las 4, pero siempre se inclinarán más por una.
Vertientes de la furia
El temperamento del que se pretende abordar con más profundidad es el colérico ¿Por qué? ¿Qué hay con esas personas? Su psicología sufre un proceso diferente al de las mentes más tranquilas, y asimismo hay niveles de furia, aquella que se experimenta durante un período corto y luego surge el arrepentimiento, y ésta la que se prolonga y corre el riesgo de afectar a terceras personas, porque el “ímpetu espontáneo” o la “cólera” no miden consecuencias, simplemente se deja dominar por el acto irascible que se desea cometer.
Ese momento del enojo excesivo se puede describir de acuerdo a cada hombre o mujer que lo padece, pero de forma general, es un acaloramiento interior, en el que se pueden proferir palabras ofensivas hacia el otro; de hecho, no hay necesidad de los insultos manifiestos, pues si se conoce a la persona se le puede lastimar acorde a la relación que hay entre ambos; por ejemplo, con cuestiones íntimas, secretos o cosas muy específicas que se tienen consciencia que pueden herir al agredido.
En este caso, ya se estaría hablando de violencia psicológica o si la cólera sobrepasa límites, irrumpen los golpes. Los niveles pueden ser menores o muy graves. Es una conducta de la que puede haber retracto, una vez que finaliza el apoderamiento del sentimiento, pero es repetitiva, ya que después vuelve a aparecer, es como un ciclo vicioso. He ahí cuando ya requiere ayuda psicológica.
Empero, la incontrolable de igual manera trae repercusiones serias para uno mismo, pues conlleva ser víctima de la fatalidad de los instintos coléricos, es posible que uno no se fije de lo que hace a diferencia de cuando funcionan correctamente los 5 sentidos. Correr como desquiciado por zonas peligrosas, atravesar las aceras o avenidas sin ver los semáforos, no comer, consumir sustancias nocivas desmedidamente, descuidar responsabilidades; son unas de tantas acciones que se podrían ejecutar en estado de furia.
La sensación a veces se encuentra ligada a la melancolía, pues hacen una explosión perfecta, la pesadumbre y la irritación hacen sintonía. Ahí es cuando el andar cotidiano se hace a un lado, se olvida uno de las actividades que se realizan día a día, se le restan importancia y se deja imperar por esos sentimientos “novedosos”, en ese preciso momento, que son al mismo tiempo una tortura, y un desahogo necesario.
El problema es si se pasa la línea de la cautela, y se emprende un paso del que ya no se pueda dar vuelta atrás. Por otro lado, también tiene efectos buenos dicho temperamento, pues se forja un carácter fuerte para enfrentar situaciones de crisis como en la familia, el trabajo, la muerte de un ser querido, accidentes y cualquier otra que implique estados vulnerables.
Así que, si se es una persona colérica o con tintes más furiosos que pacíficos, hay que sacar a relucir el potencial del enfado, evitar los malos resultados y transformarlos en aprovechamiento y talento para trascender en la vida con menos perjuicios y más aprendizaje.