París, 6 oct (PL) El movimiento de los chalecos amarillos, que irrumpió de manera sorpresiva en el panorama sociopolítico de Francia, es el reflejo de una profunda crisis nacional y de la indignación ciudadana ante la política del Gobierno.
Así lo consideran analistas y académicos al comentar la vasta movilización que comenzó en noviembre de 2018, y que se ha repetido cada sábado para llegar ayer a su octava edición con acciones multitudinarias en esta capital y en diversas ciudades del país.
De acuerdo con el profesor universitario Jean Ortiz, la nación gala está sumida en una crisis global espantosa de la cual nació un movimiento social inédito, histórico, quizás sin precedentes desde el Frente Popular en 1936.
En un reciente artículo, aseveró que «habrá un antes y un después» de este movimiento en el cual gran parte de la población expresa una ira subterránea que, mal que bien, aguantaban, desde hace mucho tiempo.
De su lado, el académico Salim Lamrani afirmó que los chalecos amarillos, apoyados por el 80 por ciento de la opinión pública, «simbolizan la insurrección ciudadana de los olvidados de la República (…) que aspiran a una repartición más equitativa de las riquezas nacionales».
Aunque el origen de la protesta fue el aumento de precios del combustible decretado por Gobierno de Emmanuel Macron, luego las reivindicaciones se ampliaron al aumento de impuestos en general y la pérdida del poder adquisitivo como resultado de la política gubernamental.
Asimismo, ahora reclaman también reformar la Constitución en aras de una democracia plena y que los ciudadanos tengan la posibilidad de pedir e impulsar la realización de referendos nacionales sobre temas relevantes.
La movilización, que desde su inicio encabeza los titulares de la prensa nacional y llama la atención del mundo, tomó por sorpresa a la sociedad francesa y se distingue en varios aspectos de las manifestaciones tradicionales.
En este sentido, se señala su condición de movimiento no articulado; separado de partidos, sindicatos u otras organizaciones tradicionales; y protagonizado por ciudadanos en su mayoría ajenos a la política y que en el curso de los acontecimientos se han ido radicalizando.
De acuerdo con Ortiz, los chalecos amarillos tienen raíces profundas: los más de 30 años de «liberalismo», de golpes de gran magnitud en contra de los servicios públicos, del poder adquisitivo, de la salud, de la enseñanza.
Esa ola violenta de regresión social y su fracaso rotundo (pagado por los trabajadores), acarrearon cantidad de sufrimientos sociales, y casi diez millones de personas, según los institutos de sondeo, malviven bajo el umbral de la pobreza), indicó. Agregó que ello dejó ruinas industriales de norte a sur de Francia, millones de vidas segadas, 6,5 millones de desempleados declarados, enormes fracturas y desigualdades sociales que alcanzan niveles sumamente preocupantes.
En ese contexto, las aspiraciones de los chalecos amarillos apuntan a una mayor justicia social y fiscal, apuntó Salim Lamrani.
Los ciudadanos exigen justicia social y fiscal, una democracia más participativa y el derecho a vivir con dignidad, sostuvo.