Los «muertos» mexicanos se preparan para salir de nuevo a las calles

Por Luis Manuel Arce Isaac

Ciudad de México, 17 oct (Prensa Latina) Los fallecidos mexicanos se preparan para salir nuevamente a las calles y celebrar por lo alto la más irreverente y alegre fiesta nacional, el Día de Muertos el 1 y 2 de noviembre.
Es la más gastadora de todas y deja vacíos los bolsillos de cualquiera, porque cuesta plata preparar los altares de quienes se fueron, con los siete o más elementos y ofrendas que cada uno lleva, más las adiciones particulares de cada familia.
La compra de comida y flores es casi obligatoria y su adquisición desplaza a cualquier otra necesidad del hogar. Los arreglos en los cementerios, las ofrendas de todo tipo, limpieza y ordenamiento de tumbas y sepulcros, aseo y contabilidad de las osamentas llevan tiempo y dinero y la inflación golpea mucho.
Pero influye mucho en la voluntad de tirar la casa por la ventana el hecho de que desde hace dos años los muertos no salen de sus panteones a mover y exhibir sus esqueletos al ritmo de música viva y eterna para todos, porque la pandemia de Covid-19, que incrementó en más de 300 mil las sepulturas, los dejó encerrados en sus ataúdes.
Los homenajes se limitaron casi exclusivamente a las pocas cempasúchil ofrendadas, esa flor moñona amarilla que los distingue y de las que son dueños absolutos.
Desde hace ya dos semanas los 334 mercados públicos de la Ciudad de México, y los miles en las 32 entidades del país, están nutriendo a la gente con cientos de millones de la flor, que ya adorna en la capital frontales de edificios y las grandes avenidas, porque sin ella el Día de Muertos no vale.
No es la única flor, por supuesto, aunque sí la preponderante, pues hay desde tulipanes y rosas hasta las más comunes o exclusivas como una gran variedad de orquídeas carísimas, para satisfacer el nivel de monedas en las carteras de cada doliente (o fiestante).
Es, además, la época de las calaveras, un macabrismo vacilador y jolgórico, no infernal ni espeluznante como en los filmes de terror, sino jacarandosos y carnavalescos que se gozan infinitamente y con el codo empinado permanentemente a la altura de las orejas hasta que los efectos del tequila, el mezcal y la cerveza los bajes ya con la noción del tiempo perdida y la lengua enredada.
Y nadie lo ve mal por la simple razón de que por los menos el 200 por ciento de los mexicanos adultos, hombres o mujeres, jóvenes o viejos, apasionados o no del elixir etílico, lo practican en homenaje a sus muertos y vacilan como los romanos con sus fiestas paganas. Son verdaderos deudos de sus seres queridos.
El Día de Muertos en México no es una crónica del más allá como muchos creen, sino muy específicamente del más acá, porque lo más común e importante es explicarles a sus cadavéricos parientes la situación actual, de cómo están las cosas, si hay trabajo, felicidad, enfermedad o desengaño, si la abuelita llega al fin de año o si Lupita tiene novio y deja la universidad.
Este día de fenecidos, de esqueletos es, contradictoriamente, lo más alejado de la muerte y lo más cercano a la vida, lo más distante al sufrimiento y lo más apegado al amor, y hay que ser bien mexicano para poder entenderlo, en verdad.